El lunes sufrí un accidente en una de las avenidas con más tráfico de Valencia. Podía haber sido mucho peor, pero el impacto fue lo suficientemente fuerte como para requerir una cirugía de urgencia. Ahora estoy convaleciente en casa, enfrentándome a una recuperación más dura de lo que imaginé, especialmente por el calor este de mierda que hace en esta ciudad.

Aún no entiendo bien cómo pasó, pero en cuestión de segundos me encontré en el suelo, sangrando, con el amigo que me acompañaba a la estación diciéndome que si me cambiaba el billete (LOL). Las ambulancias llegaron en nada, todo era decirme «todo saldrá bien, no te preocupes», y yo pensando «vamos no me jodas», porque no hay nada que haga cundir más el pánico que que alguien diga que el pánico no debe cundir. Pues esto, igual.

La operación fue bien. Clavos y placas y tal. Anestesia general y todo, tócate el peroné. Ingresado una noche y a la mañana siguiente para casa, pasando por el ambulatorio para que me hicieran la tarjeta sanitaria porque yo vengo con la tarjeta de Mordor. La pierna a la virulé, sin poder moverme con este calor. Y me duele. Y sudo. Y me duele. Y me aburro. Y así llevo casi una semana. Estar así en pleno verano en Valencia es un desafío adicional. ¿Dormir? Ni está ni se le espera. No descanso. Cada noche es una lucha contra el agotamiento y la incomodidad. El calor es casi insoportable.

Menos mal que tengo los amigos y las amigas que tengo y que me sacan a pasear, me hacen la compra, me cocinan y me emborrachan.

Todo saldrá bien, como me dijeron. Pero hasta entonces, me cago en toda mi estampa.

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