Mi primera ronda de financiación pública, chispas.
Hoy tengo que intentar conseguir unos milloncetes para ponernos a trabajar con chavales y chavalas que no encajan ni en los centros de educación especial, ni en los que tienen programas no adaptados. Porque como no tengas un autismo severo, a ti no te ayuda ni el Tato y te pierdes en el sistema, acaban dándote de hostias por todas partes: por ser vaga, o por estar agotada cada vez que tienes que ir al colegio ocho horas al día, o porque no puedes hacer una multiplicación «con lo lista que tú eres».
Y aquí estoy yo, que tengo de vendedor lo que Feijoo de ser humano con algún tipo de principio político, o sea, cero patatero, me voy a enfrentar sin corbata ni nada a una comisión de señores (siempre señores) a los que tengo que convencer para que me den un dinerall para algo que no les va a dar una medalla para ponerse. Porque queda fenomenal lo de decir «mira cuánto hemos invertido en la infancia» o «mira qué bien están nuestras universidades públicas», pero es un rollo eso de tener que elaborar y decir «mira, aquí hemos dado un dinerito para ver si la muchachada puede elegir un poco mejor su carrera académica y/o laboral, aunque estemos hablando de peluqueros, mecánicas de autobús o cuidadores de ancianos».