In 2012, enough opioids were prescribed for every American to have a bottle of pills, and opioid overdoses killed more Americans than guns or car accidents.
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We are all running from pain. Some of us take pills. Some of us coach serve while binge watching Netflix. Some of us read romance novels. We will do almost anything to distract ourselves from ourselves. Yet all these trying to insulate ourselves from pain seems only to have made our pain worse.
Anna Lembke, “Dopamine Nation”
En 2012, en EE. UU. se recetaron tantos opioides que alcanzaba para que cada persona tuviera su propio botecito. Una muestra gratuita de bienvenida al apocalipsis: ese año, murieron más personas por sobredosis que por armas o accidentes de coche.
Según Lembke, y estoy de acuerdo, todos huimos del dolor. Unos con pastillas. Otros enganchados a series que ni les gustan, pero algo hay que ver mientras ceno. Algunos se zambullen en novelas románticas con más clichés que sentido o en ensayos profundísimos para que todo el mundo piense que son la hostia de sabio. Hasta aquí creo que las tengo todas. Mea culpa.
Y luego están los que menos soporto: esos maricones que follan sin parar porque creen que eso les gusta y terminan enlazando un rollo con otro y sin poder hablar de otra cosa que de lo mucho que copulan. Pero están insatisfechos, frustrados y exhaustos por el esfuerzo de aparentar lo felices que son. Qué casualidad que casi todos son unos misóginos de cuidado; te lo digo yo que soy ese estereotipo de marica resentido que se cree el faro moral de Occidente.
Leyendo a Lembke soy capaz de verbalizar eso que intuitivamente ya sabía: cada uno con su droga. Lo importante es no quedarse solo con uno mismo, no vaya a ser que nos caigamos mal.
El problema es que tanta distracción no nos salva del dolor, lo amplifica. Es como ponerle una tirita a una fuga de gas: es una idea terrible, todos lo sabemos, pero lo haces porque patatas. Hay que ser feliz a tope y pasarlo genial. Y esto no solo es un veneno para tu estabilidad y tu bienestar, es que es una cuestión política.
Cuando el capitalismo te vende que lo respetable no solo es la productividad sino la felicidad y el placer inmediato, acabas yonqui perdido de la dopamina, rascando notificaciones de Grindr y likes en Instagram como si fueran pepitas de oro, pero infeliz y trabajando sin descanso para pagarte esas cosas que te han convencido de que necesitas.
Ser infeliz, estar triste o aburrido no es productivo. No genera riqueza. Que nos hayan convencido de que la felicidad es un estado irrenunciable de la vida humana es la perversión cultural más terrible que hemos sido capaces de crear.