Sé que puede sonar a banderita rojigualda, entre otras cosas porque no puedo dejar de asociarla con Imperio Argentina, por ejemplo, pero me da lo mismo. Amália da Piedade Rebordão Rodrigues (1920-1999) fue la cantante de fado más importante del siglo pasado y una de las personas que hicieron que esta música fuera conocida en el mundo entero. Y yo creía que el fado era algo relativamente antiguo. ¡Error! Parece que nació a mediados del diecinueve pero se estableció como hoy lo conocemos a principios del veinte. Fue acusada de colaborar con la dictadura de Salazar hasta que se descubrió que había apoyado económicamente al Partido Comunista de Portugal en la clandestinidad.
Las grabaciones que más me gustan las tengo en un cedé que compré en Lisboa –y que se pueden adquirir en todos los FNAC de España, pero parece que mole más comprárselo in situ– con sus primeras canciones. Muchas de ellas se oyen fatal porque están tomadas de unos discos de pizarra fabricados en Brasil en los años cuarenta. Los últimos discos de ella son canciones rescatadas de archivos, homenajes o actuaciones en directo de los años ochenta y noventa, pero pierden bastante en comparación con las primeras, aunque éstas se oigan tan mal, entre otras porque su voz ya no era la que había sido. Si buscáis en YouTube encontraréis unas cuantas actuaciones suyas e intervenciones en películas, algunas en castellano.
En Portugal parece que escuchar fados sea equivalente a decir aquí que te gusta la Pantoja, y conste que yo no escucho a ninguna folklórica. Ahora bien, si dices que te gusta Hedningarna, los cantos tradicionales de los pueblos de Mongolia Exterior, la nueva ola de cantantes argelinos o el kabuki quedas entre rojeras y moderno, pasando por jipipiji o cultureta. Pues yo reivindico el folklore portugués, a las folklóricas portuguesas –presentes y pasadas, que no hay tantas, las futuras, ya veremos– y los buñuelos al curry que te puedes zampar en la Baixa. Eso sí, las sardinas asadas: KK.
Si vais a Lisboa, hay una tiendecica de discos dedicados al fado de la que salen la Momia y el Nessy de la mano, pero que merece la pena. Si entras al Rossio por la Praça dos Restauradores, la primera a la derecha, en la Rua Âurea está. Si te pasas por la zona de la Rua das Escolas Gerais (Alfama) hay un par de bares donde no te cobran entrada –pero pasan el gorro, el cavaquinho y lo que haga falta– y puedes escuchar fados en directo sin gastar mucho o por el morro directamente. Si te vas a la Casa do Fado y similares, prepara eurazos. Eso sí, sobredosis de folklore garantizada y alemanes a montones. Y yo que oí en plena Lisboa a dos alemanes que dijeron en alemán, claro, pa que nadie les entendiera, que los españoles éramos una plaga y que se nos podía encontrar en todas partes. Es que somos muy de turisteo. ¡Idiotas!
En Coímbra hay que callejear para encontrar una actuación conimbricense –que es el gentilicio de los habitantes de Coímbra, ¡tócate la nariz!–, que es diferente al lisboeta: los grupos salen como las tunas a la calle y el público canta. Algo así como un “Clavelitos” pero menos cutre, diría yo.
Y para terminar con esta modernez, la empresa ARTLUSA hace unas camisetas bien de precio y bastante originales –el índice derecho en el hombro izquierdo–, eso sí, tipo suvenir de “yo también estuve en París y me acordé de ti” pero bastante más graciosas. Se pueden pedir en internet en la página de esta empresa, aunque las imágenes son pequeñas y no se ven bien. Recomendadas: la fadista –que es la que tengo yo y es mi camiseta preferida, la imagen está abajo, pero la mía tiene mangas– y la del tranvía descarrilando. Hablando de tranvías. Obligado el viaje en la línea de la Sé, cuando llega a la parte alta del barrio de Alfama. Te sientes como Indiana Jones en la secuencia de la vagoneta.