Por primera vez en mucho tiempo he tenido que hablar con dos estudiantes, en privado, para decirles que era la última vez que se comportaban así en una de mis clases y que a la próxima los iba a mandar fuera ipso facto y delante de todo el mundo. Diría que hace más de seis o siete años, o incluso más, que no había tenido que hacerlo, y menos de una forma tan severa. En voz muy baja y sin usar ninguna palabra malsonante, eso sí.
Hoy me he cansado y en ocasiones como esta es mejor poner remedio antes de perder el control de la situación; debía dejar claro cuál era el límite y explicarles exactamente qué debían cambiar. Odio tener que hacer esto, ser el capitán general y llamar la atención a nadie. Pero también es cierto que establecer con claridad cuáles son los límites de lo que puedes o quieres tolerar es conveniente e incluso sano. Ojalá no me costara tanto en otras ocasiones.
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