• ¿Cómo será ser padre a los 50? Pregunto.

  • How thorns became dorns and torns

    English is one of the very few Germanic languages that preserve the Germanic th-sound. For example, three is drei in German, trije in Frisian, and tre in Swedish. These languages used to have this th-sound as well, but they lost it long ago.

  • Sospecho que José, el hijo de Rubén, hijo de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham, perdía aceite. Así que de soslayo te dicen que la mujer de Putifar, el ministro del faraón, le hizo propuestas y aquel dijo que le entraba la risa porque estaba casada. O porque le gustaban los cimborrios. Que nos da igual, que le gustara lo que fuera, pero la lectura de la Biblia a la luz de estas interpretaciones es mucho más divertida.

  • El desarrollo temprano según David Stern

    El desarrollo temprano según David Stern

    Me acabo de leer «Markante Forældre», de Rikke Yde Tordrup, que rata sobre la importancia de la participación activa de los padres en la vida escolar de sus hijos y cómo gestionar la situaciones de esas familias que están continuamente quejándose en las escuelas. No para de mencionar la teoría del desarrollo de David Stern, que centra su atención en cómo se produce este proceso a partir de las primeras interacciones del bebé con su entorno y cómo se construye el sentido del yo mismo a través de estas relaciones. En este artículo, voy a explorar ideas más importante de su enfoque, conocido habitualmente como «intersubjetivo».

    El enfoque de Stern: ¿cómo se forma el sentido del yo?

    Para Stern, el desarrollo del sentido del yo en los niños no es un proceso lineal ni jerárquico. Dice que desde los primeros meses de vida, los niños son capaces de formar diferentes «sentidos del yo», que se desarrollan en paralelo. Estos sentidos son las bases para la construcción de la identidad, la autonomía y las relaciones interpersonales.

    Stern distingue entre varios tipos de yo que surgen en etapas distintas del desarrollo:

    1. El yo emergente (0-2 meses). Durante las primeras semanas de vida, el bebé no tiene una experiencia consciente del yo como entidad separada. Sin embargo, ya muestra una sensibilidad innata hacia el mundo, buscando patrones y regularidades que le permitan organizar su experiencia. Esta etapa es fundamental para el establecimiento de una base sobre la cual se construirá el sentido del yo posterior.
    2. El yo nuclear (2-6 meses). En esta fase, el bebé empieza a experimentar un sentido de cohesión y continuidad a través de sus experiencias corporales y emocionales. La repetición de ciertos patrones —como la sonrisa de la madre o las sensaciones derivadas de la alimentación— dan lugar a una experiencia de identidad más estable y reconocible.
    3. El yo subjetivo (7-9 meses). Aquí es donde entra en juego la intersubjetividad. El niño empieza a comprender que los demás también tienen estados internos y que estos pueden ser compartidos. El juego de miradas, los gestos y la imitación son herramientas clave para que el bebé explore este nuevo campo de interacciones.
    4. El yo verbal (a partir de los 18 meses). Con la adquisición del lenguaje, el niño da un salto cualitativo en su desarrollo. Ya no solo comparte estados emocionales a través de gestos o expresiones faciales, sino que puede verbalizar y simbolizar sus pensamientos y emociones. Este avance permite una mayor complejidad en las interacciones sociales y un sentido del yo más diferenciado.

    La importancia de la intersubjetividad

    Uno de los aspectos más innovadores de la teoría de Stern es su enfoque en la intersubjetividad, que hace referencia a la capacidad de compartir experiencias subjetivas con otras personas. Stern sostiene que, desde muy temprano, los bebés buscan la sincronía emocional con sus cuidadores, lo que les permite construir un sentido de conexión interpersonal. Este proceso no es solo crucial para el desarrollo del yo, sino también para la creación de lazos afectivos y sociales duraderos.

    La intersubjetividad se manifiesta, por ejemplo, en el «ajuste afectivo» entre madre e hijo. Si la madre es capaz de sintonizarse con las necesidades emocionales del bebé —respondendo a su llanto o interactuando de manera juguetona cuando este lo solicita—, se crea una base sólida para el desarrollo emocional y social. Stern enfatiza que estas primeras experiencias de sintonía son esenciales para el bienestar emocional futuro del niño.

    La teoría de Stern en el contexto actual

    La visión de Stern ha sido especialmente influyente en áreas como la psicología del apego, la psicoterapia infantil y el estudio de las relaciones tempranas. Hoy en día, su enfoque se utiliza para comprender no sólo las relaciones madre-hijo, sino también para analizar problemas de desarrollo como los trastornos del espectro autista o las dificultades en la regulación emocional.

    Además, el enfoque de Stern ha sido relevante para aquellos que trabajan en la intervención temprana, ya que subraya la importancia de un entorno social y afectivo adecuado en los primeros años de vida. Comprender que el desarrollo del yo se construye a través de la interacción a las maestras y los maestros, y de ahí la razón por la que este asunto me interesa tanto, centrarse en el fortalecimiento de las relaciones interpersonales como una forma de fomentar el bienestar infantil.

    David Stern nos ofrece una perspectiva rica y compleja sobre el desarrollo infantil, que va más allá de las visiones tradicionales. Su énfasis en la intersubjetividad y la construcción del yo a través de la interacción con el entorno resalta la importancia de las relaciones humanas en los primeros años de vida. Comprender cómo se forman y evolucionan estos primeros lazos nos proporciona una valiosa comprensión del desarrollo humano en su totalidad.

    Bibliografía
    
    Fonagy, P., Gergely, G., Jurist, E., & Target, M. (2002). Affect Regulation, Mentalization, and the Development of the Self. Other Press.
    
    Schore, A. N. (2001). Effects of a Secure Attachment Relationship on Right Brain Development, Affect Regulation, and Infant Mental Health. Infant Mental Health Journal, 22(1-2), 7-66.
    
    Stern, D. N. (1985). The Interpersonal World of the Infant: A View from Psychoanalysis and Developmental Psychology. Basic Books.
    
    Trevarthen, C. (2005). “Action and Emotion in Development of the Human Self, its Sociability, and Cultural Intelligence: Why Infants Have Feelings Like Ours.” En Emotion in Early Development, editado por J. Nadel y D. Muir. Oxford University Press.
  • «Tu psicólogo no puede ayudarte a que llegues a fin de mes»

    «Tu psicólogo no puede ayudarte a que llegues a fin de mes»

  • Enlace: «I keep crying after sex»

    Enlace: «I keep crying after sex»

  • La normatividad: qué es, por qué es necesaria y cómo podemos gestionarla

    La normatividad: qué es, por qué es necesaria y cómo podemos gestionarla

    La normatividad es un concepto que cada vez genera más debate. Todo esto normatividad. No hay discusión más socorrida entre los gafapastas (y mira que soy antiguo), que éste, no hay nada más instagramero que no ser normative. Es el corazón de una lucha cultural en la que todes, de una forma u otra, estamos inmersos. Pero, ¿qué es exactamente la normatividad?

    La normatividad es el conjunto de reglas y expectativas sociales que orientan nuestros comportamientos. Estas normas, explícitas o implícitas, nos indican cómo debemos comportarnos en distintos contextos sociales o cómo debemos ser o el aspecto que debemos tener. Las sociedades generan «normatividades» porque regulan nuestras interacciones y crean un marco que facilita la convivencia. Sin este marco, sería complicado, si no imposible, funcionar como comunidad.

    Desde una perspectiva psicológica, la normatividad cumple una función fundamental: reduce la carga cognitiva. En lugar de tener que analizar y decidir continuamente cómo comportarnos en cada situación, las normas sociales nos proporcionan una guía preestablecida. Así, podemos actuar de manera automática en muchas ocasiones, ahorrando energía mental para situaciones más complejas. Somos seres biológicos con una capacidad cognitiva mucho más reducida de lo que creemos. Estamos programados para pensar cuanto menos, mejor.

    Imagina la siguiente situación: vas por la calle, no hay nadie, está oscuro y ves que hay una persona a la que no ves los rasgos ni lo que está haciendo. Lo que deberías hacer es evitar a esa persona. No te puedes parar a observar si lleva un cuchillo o si te está siguiendo con la mirada. Porque si es así, cuando te des cuenta ya te habrá atacado. Por eso nos comportamos en esa situación sin pensar, sin considerar todas las variables del entorno.

    La normatividad es más o menos lo mismo. Para ser funcional en sociedad, no podemos procesar toda la información que tenemos a nuestro alcance en cada situación. Tenemos que saber reaccionar de manera rápida y efectiva, al menos estadísticamente.

    Sin embargo, aunque las normas que regulan nuestro comportamiento social son necesarias, la normatividad no es un ente fijo ni universal. Está cultural e históricamente situada. Lo que se considera normal en una sociedad o en una época puede ser visto como completamente inapropiado en otra, aún dentro de la misma sociedad. Las normas cambian con el tiempo y dependen de la cultura que las sostiene porque las circunstancias del entorno y la estructura de la propia sociedad cambian. Esta variabilidad hace evidente que no hay una única forma de hacer las cosas «bien», aunque la sociedad en la que vivimos nos haga pensar lo contrario. De ahí que las normas en cada sociedad sean diferentes.

    A pesar de su utilidad, la normatividad también puede ser una fuente de sufrimiento para quienes no encajan. Las personas que no cumplen con las normas físicas, ideológicas o comportamentales pueden experimentar exclusión o rechazo y eso sí es universal. Esto puede afectar a individuos por su aspecto físico—si son gordos, muy delgados, tienen una enfermedad visible, o un tono de piel diferente—o incluso por cómo piensan o eligen vivir sus vidas.

    Frente a este malestar, algunas personas buscan desafiar las normas sociales para aliviar el sufrimiento. En el ámbito de la comunidad gay, por ejemplo, los «osos» han creado una subcultura que celebra la apariencia física natural de hombres que no se ajustan al ideal de cuerpos jóvenes y musculosos. Sin embargo, lo que ocurre es que simplemente se sustituye una normatividad por otra. En lugar de eliminar el sistema, tal y como se cree que se está haciendo, se genera otro conjunto de expectativas que pueden terminar siendo igual de restrictivas. De ahí que todos conozcamos a los osos que van de divinos. Y por cierto, decir que van «de divas» es igual de misógino y asqueroso que decir «ése es un activazo» y «éste es una pasiva». A ver si nos enteramos que que te guste que te den por el culo no está mal y que puedes ser un «pasivazo», en masculino. En eso el inglés nos supera; la expresión «power bottom» es maravillosa, os tengo que decir.

    Desde un punto de vista psicológico, volviendo al tema, tal vez la solución no sea destruir las normas o sustituirlas con otras. Quizás el camino más saludable sea aceptar que no podemos agradar a todo el mundo ni cumplir con todas las expectativas. Lo realmente importante es aprender a querernos tal como somos, con nuestras imperfecciones. No se trata de adaptarnos a las normas o de crear otras que se ajusten mejor a nosotros, sino de aceptar que somos falibles y que no siempre encajamos. Como decía Carl Rogers, la aceptación total de uno mismo es clave para el bienestar. La autoaceptación no significa renunciar a mejorar, sino dejar de luchar por encajar en moldes impuestos y aprender a valorar nuestra individualidad.

    Eso no quiere decir que haya que sostener las normas nocivas e inflexibles. Al contrario, hay que luchar por la aceptación de cualquier persona, esté dentro de la norma o fuera de ella. Hay que intentar que no tener un comportamiento normativo no sea motivo de discriminación o de reacción social. Por cierto, ser un asesino en serie es igual de no normativo que ser maricón, así que no nos vale «no tener normatividades». Sí son necesarias, lo que tenemos que hacer, como sociedad, es evitar que éstas causen sufrimiento, a nivel individual y colectivo.

    Sigue leyendo:
    
    Berger, P., & Luckmann, T. (1991). La construcción social de la realidad. Amorrortu Editores.
    
    Foucault, M. (1977). Vigilar y castigar. Siglo XXI Editores.
    
    Rogers, C. (1961). On Becoming a Person: A Therapist's View of Psychotherapy. Houghton Mifflin.
  • ¿Es posible vivir sin Whatsapp?

    ¿Es posible vivir sin Whatsapp?

    Parece que es imposible vivir sin WhatsApp. Esta aplicación se ha convertido en una herramienta esencial para mantenerse en contacto con tu gente y para interactuar en casi todos los contextos. Sin embargo, algunas personas optan por no utilizarla, ya sea por preocupaciones sobre la privacidad, la necesidad de desconectar o simplemente por preferir otras formas de comunicación.

    ¿Es posible vivir sin WhatsApp? La respuesta es sí. No hemos tenido WhatsApp hasta hace nada. De hecho, hacerlo puede traer importantes beneficios para nuestro bienestar. O eso dicen. Aunque la mensajería instantánea facilita la comunicación, también puede generar una dependencia que afecta nuestra capacidad para desconectar y vivir el presente.

    La desintoxicación digital se presenta como una alternativa aterradora pero posible para quienes sienten que la mensajería instantánea ha invadido su vida diaria. Vivir sin estas aplicaciones puede parecer radical, pero mucha gente, al reducir el uso de estos servicios, no solo recuperan tiempo, sino también la paz mental. La constante necesidad de responder de inmediato, el estrés por las notificaciones incesantes y la presión de estar siempre disponibles son factores que pueden afectar negativamente la salud mental.

    Dar un paso atrás y repensar cómo nos comunicamos puede ser el primer paso hacia una vida más equilibrada. Hay quienes optan por eliminar las aplicaciones de mensajería de sus dispositivos móviles y limitar la comunicación a correos electrónicos, llamadas telefónicas o encuentros presenciales. Estas alternativas, aunque más lentas, nos permiten reconectar con una forma de comunicación más pausada, dándonos tiempo para reflexionar antes de responder y evitando la inmediatez que puede resultar abrumadora.

    Una vida sin mensajería instantánea puede fomentar también interacciones más profundas y conscientes. En lugar de estar atrapados en conversaciones superficiales o múltiples chats a la vez, nos centramos más en las conversaciones cara a cara o en los momentos de soledad, que pueden ser igual de necesarios. La clave está en encontrar un equilibrio, donde la tecnología no sea una fuente constante de estrés, sino una herramienta al servicio de nuestra vida.

    La desintoxicación de la mensajería instantánea no solo es posible, sino recomendable. Volver a una comunicación más simple y menos inmediata puede ayudarnos a reducir el ruido digital, mejorar nuestra salud mental y recuperar el control sobre nuestro tiempo.

    Sigue leyendo:
    Carr, N. (2011). Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Editorial Taurus. – Este libro profundiza en cómo el uso constante de la tecnología, incluida la mensajería instantánea, afecta nuestra capacidad de concentración y reflexión.
    Newport, C. (2019). Minimalismo digital: en defensa de la atención en un mundo ruidoso. Editorial Paidós. – Newport explora el impacto de la sobrecarga digital y cómo desintoxicarse del uso excesivo de la tecnología, incluyendo la mensajería instantánea.
    Turkle, S. (2017). En defensa de la conversación: el poder de la conversación en la era digital. Editorial Ático de los Libros. – Un análisis de cómo las conversaciones cara a cara son fundamentales para el bienestar humano en contraste con las interacciones digitales.
  • No reírse de Murakami

    No reírse de Murakami.