Autor: Óscar

  • How thorns became dorns and torns

    English is one of the very few Germanic languages that preserve the Germanic th-sound. For example, three is drei in German, trije in Frisian, and tre in Swedish. These languages used to have this th-sound as well, but they lost it long ago.

  • Polonia

    Que viva Polonia, la pintura con tinta y la madre que te parió.

  • Sospecho que José, el hijo de Rubén, hijo de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham, perdía aceite. Así que de soslayo te dicen que la mujer de Putifar, el ministro del faraón, le hizo propuestas y aquel dijo que le entraba la risa porque estaba casada. O porque le gustaban los cimborrios. Que nos da igual, que le gustara lo que fuera, pero la lectura de la Biblia a la luz de estas interpretaciones es mucho más divertida.

  • El desarrollo temprano según David Stern

    El desarrollo temprano según David Stern

    Me acabo de leer «Markante Forældre», de Rikke Yde Tordrup, que rata sobre la importancia de la participación activa de los padres en la vida escolar de sus hijos y cómo gestionar la situaciones de esas familias que están continuamente quejándose en las escuelas. No para de mencionar la teoría del desarrollo de David Stern, que centra su atención en cómo se produce este proceso a partir de las primeras interacciones del bebé con su entorno y cómo se construye el sentido del yo mismo a través de estas relaciones. En este artículo, voy a explorar ideas más importante de su enfoque, conocido habitualmente como «intersubjetivo».

    El enfoque de Stern: ¿cómo se forma el sentido del yo?

    Para Stern, el desarrollo del sentido del yo en los niños no es un proceso lineal ni jerárquico. Dice que desde los primeros meses de vida, los niños son capaces de formar diferentes «sentidos del yo», que se desarrollan en paralelo. Estos sentidos son las bases para la construcción de la identidad, la autonomía y las relaciones interpersonales.

    Stern distingue entre varios tipos de yo que surgen en etapas distintas del desarrollo:

    1. El yo emergente (0-2 meses). Durante las primeras semanas de vida, el bebé no tiene una experiencia consciente del yo como entidad separada. Sin embargo, ya muestra una sensibilidad innata hacia el mundo, buscando patrones y regularidades que le permitan organizar su experiencia. Esta etapa es fundamental para el establecimiento de una base sobre la cual se construirá el sentido del yo posterior.
    2. El yo nuclear (2-6 meses). En esta fase, el bebé empieza a experimentar un sentido de cohesión y continuidad a través de sus experiencias corporales y emocionales. La repetición de ciertos patrones —como la sonrisa de la madre o las sensaciones derivadas de la alimentación— dan lugar a una experiencia de identidad más estable y reconocible.
    3. El yo subjetivo (7-9 meses). Aquí es donde entra en juego la intersubjetividad. El niño empieza a comprender que los demás también tienen estados internos y que estos pueden ser compartidos. El juego de miradas, los gestos y la imitación son herramientas clave para que el bebé explore este nuevo campo de interacciones.
    4. El yo verbal (a partir de los 18 meses). Con la adquisición del lenguaje, el niño da un salto cualitativo en su desarrollo. Ya no solo comparte estados emocionales a través de gestos o expresiones faciales, sino que puede verbalizar y simbolizar sus pensamientos y emociones. Este avance permite una mayor complejidad en las interacciones sociales y un sentido del yo más diferenciado.

    La importancia de la intersubjetividad

    Uno de los aspectos más innovadores de la teoría de Stern es su enfoque en la intersubjetividad, que hace referencia a la capacidad de compartir experiencias subjetivas con otras personas. Stern sostiene que, desde muy temprano, los bebés buscan la sincronía emocional con sus cuidadores, lo que les permite construir un sentido de conexión interpersonal. Este proceso no es solo crucial para el desarrollo del yo, sino también para la creación de lazos afectivos y sociales duraderos.

    La intersubjetividad se manifiesta, por ejemplo, en el «ajuste afectivo» entre madre e hijo. Si la madre es capaz de sintonizarse con las necesidades emocionales del bebé —respondendo a su llanto o interactuando de manera juguetona cuando este lo solicita—, se crea una base sólida para el desarrollo emocional y social. Stern enfatiza que estas primeras experiencias de sintonía son esenciales para el bienestar emocional futuro del niño.

    La teoría de Stern en el contexto actual

    La visión de Stern ha sido especialmente influyente en áreas como la psicología del apego, la psicoterapia infantil y el estudio de las relaciones tempranas. Hoy en día, su enfoque se utiliza para comprender no sólo las relaciones madre-hijo, sino también para analizar problemas de desarrollo como los trastornos del espectro autista o las dificultades en la regulación emocional.

    Además, el enfoque de Stern ha sido relevante para aquellos que trabajan en la intervención temprana, ya que subraya la importancia de un entorno social y afectivo adecuado en los primeros años de vida. Comprender que el desarrollo del yo se construye a través de la interacción a las maestras y los maestros, y de ahí la razón por la que este asunto me interesa tanto, centrarse en el fortalecimiento de las relaciones interpersonales como una forma de fomentar el bienestar infantil.

    David Stern nos ofrece una perspectiva rica y compleja sobre el desarrollo infantil, que va más allá de las visiones tradicionales. Su énfasis en la intersubjetividad y la construcción del yo a través de la interacción con el entorno resalta la importancia de las relaciones humanas en los primeros años de vida. Comprender cómo se forman y evolucionan estos primeros lazos nos proporciona una valiosa comprensión del desarrollo humano en su totalidad.

    Bibliografía
    
    Fonagy, P., Gergely, G., Jurist, E., & Target, M. (2002). Affect Regulation, Mentalization, and the Development of the Self. Other Press.
    
    Schore, A. N. (2001). Effects of a Secure Attachment Relationship on Right Brain Development, Affect Regulation, and Infant Mental Health. Infant Mental Health Journal, 22(1-2), 7-66.
    
    Stern, D. N. (1985). The Interpersonal World of the Infant: A View from Psychoanalysis and Developmental Psychology. Basic Books.
    
    Trevarthen, C. (2005). “Action and Emotion in Development of the Human Self, its Sociability, and Cultural Intelligence: Why Infants Have Feelings Like Ours.” En Emotion in Early Development, editado por J. Nadel y D. Muir. Oxford University Press.
  • No es una maravilla, pero se lo haría leer a todas esas familias que delegan en los colegios la educación de la muchachada con exigencias y normas para las maestras y los maestros.

  • «Tu psicólogo no puede ayudarte a que llegues a fin de mes»

    «Tu psicólogo no puede ayudarte a que llegues a fin de mes»

  • Enlace: «I keep crying after sex»

    Enlace: «I keep crying after sex»

  • What is «normativity» and why does it matter

    What is «normativity» and why does it matter

    Normativity is a concept that increasingly sparks debate. It’s all about normativity. There’s no more common topic among hipsters (and I say this as someone who’s been around a while) than this. There’s nothing more Instagram-worthy than not being normative. It’s at the heart of a cultural battle in which all of us, in one way or another, are immersed. But what exactly is normativity?

    Normativity is the set of social rules and expectations that guide our behaviors. These norms, whether explicit or implicit, tell us how we should behave in different social contexts, how we should be, or what we should look like. Societies generate «normativities» because they regulate our interactions and create a framework that facilitates coexistence. Without this framework, functioning as a community would be difficult, if not impossible.

    From a psychological perspective, normativity serves a fundamental purpose: it reduces cognitive load. Instead of constantly analyzing and deciding how to behave in every situation, social norms provide us with a pre-established guide. This way, we can act automatically in many situations, saving mental energy for more complex scenarios. We are biological beings with a much more limited cognitive capacity than we often believe. We’re wired to think as little as possible.

    Imagine the following situation: you’re walking down the street, there’s no one around, it’s dark, and you see a person whose features you can’t make out or what they’re doing. What you should do is avoid that person. You can’t stop to observe whether they’re carrying a knife or if they’re watching you. Because if that’s the case, by the time you realize it, they’ll have already attacked you. That’s why we behave in such situations without thinking, without considering all the variables in the environment.

    Normativity works in much the same way. To function in society, we can’t process all the information available to us in every situation. We have to know how to react quickly and effectively, at least statistically speaking.

    However, while the norms that regulate our social behavior are necessary, normativity is neither a fixed nor a universal entity. It is culturally and historically situated. What is considered normal in one society or era can be seen as completely inappropriate in another, even within the same society. Norms change over time and depend on the culture that sustains them because the circumstances of the environment and the structure of society itself change. This variability makes it clear that there is no one «right» way to do things, even though the society we live in may lead us to think otherwise. That’s why norms vary from one society to another.

    Despite its usefulness, normativity can also be a source of suffering for those who don’t fit in. People who don’t conform to physical, ideological, or behavioral norms may experience exclusion or rejection, and that is universal. This can affect individuals based on their physical appearance—whether they’re overweight, very thin, have a visible illness, or a different skin tone—or even how they think or choose to live their lives.

    Faced with this discomfort, some people seek to challenge social norms to alleviate their suffering. In the gay community, for example, «bears» have created a subculture that celebrates the natural physical appearance of men who don’t conform to the ideal of youthful, muscular bodies. However, what often happens is that one normativity is simply replaced with another. Instead of eliminating the system, as is often believed, another set of expectations is created that can end up being just as restrictive. That’s why we all know bears who act like divas. And by the way, calling them «divas» is just as misogynistic and disgusting as saying someone is «a top» or «a bottom.» Let’s be clear: liking anal sex isn’t wrong, and you can be a «power bottom» in masculine terms. In this, English does a better job; the term «power bottom» is fantastic, I must say.

    From a psychological perspective, going back to the topic, perhaps the solution isn’t to destroy norms or replace them with new ones. Perhaps the healthiest path is to accept that we can’t please everyone or meet every expectation. What’s truly important is learning to love ourselves as we are, with our imperfections. It’s not about adapting to norms or creating new ones that better suit us, but rather accepting that we’re fallible and don’t always fit in. As Carl Rogers said, total self-acceptance is key to well-being. Self-acceptance doesn’t mean giving up on improving; it means stopping the fight to fit into imposed molds and learning to value our individuality.

    This doesn’t mean we should uphold harmful and rigid norms. On the contrary, we must fight for the acceptance of all people, whether they fit the norm or not. We must strive to ensure that non-normative behavior is not a reason for discrimination or social backlash. By the way, being a serial killer is just as non-normative as being gay, so «having no norms» doesn’t work. Norms are necessary, but as a society, we must ensure they don’t cause suffering, either on an individual or collective level.