Categoría: Psicología

  • Cómo identificar un trastorno de la conducta alimentaria

    Cómo identificar un trastorno de la conducta alimentaria

    Durante once años he estado dando clases en secundaria y a lo largo de este tiempo he sido tutor de diez clases. Me he encontrado ante casos de estudiantes que habían desarrollado un trastorno de la conducta alimentaria y esas ocasiones era yo quien debía hacerse cargo de las adaptaciones necesarias en el instituto: organizaba reuniones, evaluaba regularmente la si había algún progreso y tenía la responsabilidad de la comunicación entre el centro y los servicios sociales. No soy experto en el tema ni de lejos, pero ahora tengo claro que la información es fundamental y que detectar indicios de que algo puede estar ocurriendo es clave para actuar con rapidez y prestar el apoyo necesario lo antes posible.

    Si algo he aprendido es que, primero, se trata de una coyuntura que requiere muchísimo trabajo, constancia y atención exhaustiva a la interacción del / de la estudiante con quienes estamos en contacto permanente con él o ella: eso nos incluye también a las personas que trabajamos en los centros de enseñanza. Además, es un proceso de apoyo larguísimo, interminable, porque en cualquier momento y, sin razón aparente, hay una recaída (si es que ha habido una mejoría) y debes evaluar la situación de nuevo y desde todos los puntos de vista: ¿has metido la pata? ¿Ha ocurrido algo que no preveías? ¿Esos cambios que observas, de verdad se deben al trastorno? Y a pesar de que aquí en Dinamarca existen mecanismos rápidos y eficientes, nadie te da la formación que necesitas, es imposible encontrar los documentos que te expliquen cuáles son los pasos administrativos que debes dar y vas aprendiendo sobre la marcha, muchas veces a costa de cometer errores muy graves. Como yo.

    Después de haber estado interviniendo en bastantes casos, unos tres por año, me he dado cuenta de que, aunque los maestros y las maestras vean claramente que algo está ocurriendo, para las familias es extremadamente difícil detectar esas señales que te dan una pista de que algo no va bien. A veces te encuentras conque las familias ni se lo habían imaginado y tienen reacciones de todos los tipos: preocupación, indiferencia o, en el peor de los casos, incredulidad. Otras veces confirmas las sospechas que ya tenían y entonces el proceso puede ponerse en marcha con rapidez. Raramente ocurre que el entorno estaba al tanto y que ya se está abordando la situación. Entonces me pregunto por qué, si los chavales pasan tantas horas en clase, a veces más que con sus familias, no nos han informado antes: la cooperación entre ambas partes es fundamental.

    En todo caso, nuestra función en la escuela no es la de convocar una reunión con la familia para notificar que hay un trastorno de la alimentación porque eso no nos corresponde, aunque a veces la experiencia te permita ver que la pérdida de peso es obvia. Sí debemos dar la voz de alarma e investigar, en la medida de nuestras posibilidades, qué ocurre. Una vez llegas a un acuerdo con las familias y si te dan su permiso, contactas con los servicios sociales para que se encarguen de evaluar si es necesaria alguna intervención. Con suerte, y si presentas la documentación correctamente (que ese es otro tema), te envían a una persona con los conocimientos y la experiencia, generalmente un psicólogo o una psicóloga especialista, para que tome las decisiones que haya que tomar.

    Lamentablemente, ni las familias ni nosotros tenemos la formación suficiente para detectar estas situaciones a tiempo. Por eso es tan importante que sepamos cuáles son algunos de los factores que pueden darnos la pista de que algo está ocurriendo. No soy experto en el tema, pero he encontrado un artículo de Juan Crespo, muy conciso, sobre cuáles son estos indicios y qué hacer en estos casos. El autor escribe que, en muchas ocasiones, se puede observar lo siguiente:

    • Pérdida de peso, aunque no siempre ocurre. De hecho, puede darse lo contrario.
    • Un interés creciente en todo lo relacionado con la comida.
    • Patrones específicos de comportamiento, como el rechazo de alimentos que antes sí ingería.
    • Comportamientos de compensación tras la ingesta, como realizar ejercicio.
    • Cambios de humor, irritabilidad, bajo estado de ánimo.
    • Intentos evidentes de alcanzar altos estándares en ámbitos como los estudios.

    Esta lista no es una receta mágica para que diagnostiquemos un trastorno de la conducta alimentaria: para eso hay que tener una formación específica. Pero no está de más que estemos alerta si vemos que alguna persona de nuestro alrededor está dando estas señales, especialmente si se trata de niños en edad escolar. Siempre es bueno informarse, por ejemplo en los centros de salud, si se tiene alguna sospecha y no está de más prestar especial atención a los cambios en este tipo de conductas: cuanto antes se aborde la situación, mejor.

  • «‘Si luchas por ellos, conseguirás todos tus sueños’: cuando los lemas positivos son dañinos para la salud mental» es un artículo de El País Moda que habla de los riesgos de la idealización de la cultura del esfuerzo. Puedes consultarlo aquí.

  • Los tests de inteligencia sí predicen el éxito académico

    Los tests de inteligencia sí predicen el éxito académico

    La inteligencia es, según Gottfredson:

    Una capacidad mental muy general que, entre otras cosas, implica la capacidad de razonar, planificar, resolver problemas, pensar de forma abstracta, o prender ideas complejas aprender rápidamente y aprender de la experiencia. No es meramente la capacidad de aprender en los libros, una habilidad estrictamente académica o la astucia de saber cómo resolver los test. Más bien refleja una capacidad más amplia y profunda para comprender lo que nos rodea, “captarlo”, “verle el sentido”, “saber qué hacer”.

    Gottfredson (1997)

    A pesar de que los test de inteligencia no son perfectos, es la mejor herramienta que tenemos para predecir los logros académicos y las capacidades laborales, especialmente si se realizan a partir de los 12-14 años en países con economías avanzadas, ojo al dato (Sternberg y Grigorenko, 2001). Hay indicios de que lo que miden estos tests tradicionales no es un tipo específico de inteligencia, sino la memoria de trabajo (Verguts y De Boeck, 2002), e. d., la capacidad del individuo de manejar ítems de información al mismo tiempo en la memoria a corto plazo. Tradicionalmente se ha pensado que la memoria a corto plazo puede almacenar siete ítems de información para evaluar situaciones complejas, resolver problemas y tomar decisiones. NB: En realidad no sabemos si el número mágico es siete, algunos psicólogos han propuesto que la cantidad habitual ronda los tres ítems (LeCompte, 1999).

    Que no existe un solo tipo de inteligencia, como explicó Galton, está claro. Qué tipo de inteligencias existen, ésa en una pregunta difícil de responder. Tampoco nos dirán estos tests si la persona será capaz de llevar una vida “plena” (que venga alguien y me explique qué significa eso) o si será feliz. Pero que haya áreas de la inteligencia que no puedan medirse mediante tests estandarizados o que no sepamos exactamente qué es lo que miden los test tradicionales no significa que no tengan validez. Los test de inteligencia son válidos y útiles en contextos clínicos y escolares (Anastasi y Urbina, 1997) y sus resultados, contrariamente a lo que se cree, son fiables (Neisser y otros, 1996).

    Referencias

    Anastasio, A., & Urbina, S. (1997). Psychological testing. Prentice Hall/Pearson Education.

    Gottfredson, L. S. (1997). Why g matters: The complexity of everyday life. Intelligence, 24(1), 79-132.

    LeCompte, D. C. (1999, September). Seven, plus or minus two, is too much to bear: Three (or fewer) is the real magic number. In Proceedings of the Human Factors and Ergonomics Society Annual Meeting (Vol. 43, No. 3, pp. 289-292). Sage CA: Los Angeles, CA: SAGE Publications.

    Neisser, U., Boodoo, G., Bouchard, T. J., Jr., Boykin, A. W., Brody, N., Ceci, S. J., Halpern, D. F., Loehlin, J. C., Perloff, R., Sternberg, R. J., & Urbina, S. (1996). Intelligence: Knowns and unknowns. American Psychologist, 51(2), 77–101.

    Sternberg, R. J., Grigorenko, E. L., & Bundy, D. A. (2001). The predictive value of IQ. Merrill-Palmer Quarterly (1982-), 1-41.

    W, T., & De Boeck, P. (2002). On the correlation between working memory capacity and performance on intelligence tests. Learning and Individual Differences, 13(1), 37-55.

  • La atracción sexual y el entorno cultural

    La atracción sexual está determinada por el entorno cultural. De ahí que la percepción de qué es un cuerpo bonito cambie de cultura a cultura. Según Cunningham et al. (1995), los afroamericanos prefieren las mujeres más voluminosas que los blancos. Los hombres heterosexuales japoneses son menos flexibles a la hora de considerar un cuerpo bonito y prefieren mujeres con un índice de masa corporal mucho más bajo que los británicos (Swami et al., 2006). Al parecer, existe una relación entre el índice de masa corporal y la belleza y que, para que una mujer sea considerada atractiva por hombres heterosexuales, su peso debe estar entre unos márgenes determinados que cambian según la cultura (Tovee, 2005). Además, parece que existe una correlación entre el peso y el lugar de residencia: las poblaciones urbanas prefieren cuerpos más delgados que los individuos que viven en zonas rurales (íbid.).

    Se puede objetar que estos estudios tienen problemas metodológicos importantes: los estudios están realizados en poblaciones exclusivamente masculinas y, por tanto, suponer que existe una relación entre el IMC y la belleza en la población general puede ser falso. También es cuestionable si el peso es el indicador preciso o si hay que buscar en otra parte, como si lo que se percibe como bello es lo que, culturalmente, está relacionado con signos de buena salud o fertilidad. El problema es que esos parámetros son más difíciles de medir que el IMC o la ratio cadera-cintura, como (Furnham 2006) y, en consecuencia, más complejos de operacionalizar y de analizar estadísticamente.

    En cualquier caso, hay muchos indicios que sugieren que la belleza es cultural, a falta de encontrar las evidencias definitivas. De la misma forma, el amor y su importancia es un concepto de difícil traducción en ciertas culturas y algunos autores sugieren que es, de hecho, un constructo particular de la cultura occidental.

    Referencias

    Cunningham, M. R., Roberts, A. R., Barbee, A. P., Druen, P. B., & Wu, C. H. (1995). «Their ideas of beauty are, on the whole, the same as ours»: Consistency and variability in the cross-cultural perception of female physical attractiveness. Journal of personality and social psychology, 68(2), 261.

    Furnham, A., Swami, V., & Shah, K. (2006). Body weight, waist-to-hip ratio and breast size correlates of ratings of attractiveness and health. Personality and individual differences, 41(3), 443-454.

    Swami, V., & Tovée, M. J. (2005). Female physical attractiveness in Britain and Malaysia: A cross-cultural study. Body image, 2(2), 115-128.

    Tovée, M. J., Swami, V., Furnham, A., & Mangalparsad, R. (2006). Changing perceptions of attractiveness as observers are exposed to a different culture. Evolution and Human behavior, 27(6), 443-456.ISO 690

  • Enfermedad mental, violencia y cárceles

    Enfermedad mental, violencia y cárceles

    El 75% de las veces que sale un enfermo mental en un medio de comunicación es mostrando un comportamiento violentos (Harper, 2005) y los personajes con problemas mentales tienen 10 veces más probabilidades de mostrar un comportamiento violento que aquellos que no lo están (Diefenbach and West, 2007). En los medios españoles, el 25% de las referencias a la enfermedad mental son estigmatizadoras (Muñoz et al., 2011).

    Para el público, es fácil vincular la enfermedad mental con la criminalidad. Esta conexión es especialmente llamativa en los casos de individuos con esquizofrenia o trastorno bipolar. Con los medios vinculando una cosa con la otra, se refuerza el estereotipo de la peligrosidad de la enfermedad mental, que, popularmente, se extiende a cualquier situación social: en otras palabras, el enfermo mental es peligroso, da igual el diagnóstico o que el tratamiento esté siendo efectivo. Enfermedad mental = peligrosidad.

    Que los trastornos mentales pueden contribuya que algunas personas tengan comportamientos violentos es un hecho. Pero generalizar esta correlación equivale a ver la inmigración como la causa del aumento de la delincuencia. La enfermedad mental no es la causa última de la violencia: hay otros factores que contribuyen a la conducta agresiva o delictiva, como el consumo de drogas, los contextos familiares y sociales o el hecho de que muchos enfermos mentales hayan pasado por prisión: “la tasa de prevalencia de trastorno mental encontrada en la población reclusa era 5,3 veces superior a la de la población general” (García, 2021).

    Debemos dejar de pensar que las personas con trastornos mentales son violentas. Y, de una vez, deberíamos plantearnos por qué la población reclusa en España tiene cinco veces más trastornos mentales que la población general. Es una cuestión de responsabilidad social.

    Referencias

    Diefenbach, D. L., and West, M. D. (2007). Television and attitudes toward mental health issues: Cultivation analysis and the third-person effect. Journal of Community Psychology, 181–195.

    García, E. H. (2021). Enfermedad mental y prisión: análisis de la situación penal y penitenciaria de las personas con trastorno mental grave (TMG). Estudios Penales y Criminológicos, 41, 59-135.ISO 690

    Harper, S. (2005). Media, Madness and Misrepresentation. European Journal of Communication, 460–483.

    Muñoz, M., Pérez-Santos, E., Crespo, M., Guillén, A. I. e Izquierdo, S. (2011). La enfermedad mental en los medios de comunicación: un estudio empírico en prensa escrita, radio y televisión. Clínica y salud, 22(2), 157-173.

  • Sobre el «instinto maternal»

    Sobre el «instinto maternal»

    Gergen dice que las características atribuidas a ciertos constructos que ahora tenemos naturalizados han evolucionado a lo largo del tiempo. A propósito de la maternidad dice lo siguiente:

    «En la época moderna consideramos que el amor de una madre por sus hijos representa un aspecto fundamental de la naturaleza humana, así como que las emociones tienen una base genética. Si una madre no muestra amor por sus hijos, nos parece inhumana. No obstante la historiadora francesa Elizabeth Bandinter sostiene que no siempre fue así. En Francia e Inglaterra, durante los siglos XVII y XVIII, los niños vivían en forma marginal. Los escritos de la época ponen de relieve una generalizada antipatía hacia ellos, porque nacían en el pecado, significaban un fastidio insoportable y, en el mejor de los casos, solo servían para jugar o para convertirse en el futuro en labradores. Entre los pobres, que no practicaban el aborto ni tenían fácil acceso al control de la natalidad, abandonar a un hijo era una costumbre difundida. A todas luces, el concepto de instinto maternal habría aparecido extraño en estas sociedades.

    Más aún, incluso la lactancia del niño era vista en muchos círculos como una pérdida de tiempo para la madre. Si la familia era lo bastante rica, el recién nacido era enviado al campo la mayoría de las veces para que alguna nodriza se ocupara de él; Y a raíz de los malos tratos que recibían de estas nodrizas, o de que la leche que le estaban no fuera alimento suficiente, era muy común que estos niños murieron. Esas muertes infantiles se tomaban como un asunto de rutina, ya que a la larga o a la corta un niño era reemplazado por otro; los diarios íntimos, al relatar las costumbres familiares, muestran que la muerte de un niño causaba tampoco inquietud en la familia como la de un vecino, o menos; son las actividades económicas de la familia a lo largo de aquella jornada ocupaba más espacio.»

    Toma ya.

  • La meritocracia de la felicidad

    La meritocracia de la felicidad

    Los estereotipos de género y los estándares de belleza no son las únicas ideas a las que nos exponen los medios de comunicación: el 75% de las veces que sale un enfermo mental en la televisión lo hace mostrando un comportamiento violento ​(Harper, 2005)​ y, además, estos personajes son diez veces más proclives a actuar al margen de la ley ​(Diefenbach and West, 2007)​. O sea, que además de los roles sexistas y unos estereotipos de belleza que priman la delgadez frente a la salud, también nos están haciendo creer (o nos estamos dejando convencer) de que las personas con problemas de salud mental son peligrosas y pueden ser criminales.

    Este sesgo tiene dos consecuencias: la primera es que no queremos tener a nuestro alrededor a personas que sabemos que tienen un diagnóstico , p. ej., de esquizofrenia, aunque la evidencia apunte a que, si está tratada, se producen menos casos de agresión a terceros. En todo caso, no tratada es responsable de de comportamientos violentos con un 30% más de frecuencia que con respecto a la población no diagnosticada y, en todo caso, las cifras no están claras ​(Li et al., 2020)​. Lo importante es que si conocemos a una persona con esquizofrenia es porque ésta ha recibido un diagnóstico, y si ha recibido un diagnóstico, probablemente tiene tratamiento. De ser así, la probabilidad de que sea violenta es igual o menor que cualquier otra persona. Pregunta: ¿no hay muchos pacientes que se dejan los tratamientos médicos? Sí, un 50%, pero hay otros factores que pueden influir en la tasa de adherencia al tratamiento, como el círculo de apoyo de los pacientes, el sistema de salud y, atención, sorpresa, la pasta: cuanto más pobre seas, más chungo lo tienes ​(Cañas et al., 2013)​.

    La segunda consecuencia es que las personas que tienen diagnósticos psiquiátricos y sus familias tienen que soportar un estigma: decirle a alguien que eres bipolar o que tu hija tiene anorexia es el nuevo salir del armario o es incluso más difícil. De ahí se deriva la cultura del «soy súper feliz», «¿has probado con la meditación?» y el «aquí, sufriendo» de Instagram. La infelicidad está mal vista, es obligatorio ser optimista, disfrutar en familia o con amigos y pasarlo siempre súper bien y quien no está siempre en un estado de satisfecha embriaguez con su vida es porque no quiere. Los amargados de toda la vida. Esto es otra manifestación del «si quieres, puedes», «no trabaja porque le gusta vivir de las ayudas» y demás tonterías basadas en la ley del esfuerzo y en el todos somos libres.

    Vamos, nada nuevo: ni la depresión se cura con yoga, ni hace falta ser bipolar para liarla parda, ni el cáncer se cura siendo optimista.


    Referencias

    1. Cañas, F., Alptekin, K., Azorin, J. M., Dubois, V., Emsley, R., García, A. G., Gorwood, P., Haddad, P. M., Naber, D., Olivares, J. M., Papageorgiou, G., and Roca, M. (2013). Improving Treatment Adherence in Your Patients with Schizophrenia. Clinical Drug Investigation, 97–107. https://doi.org/10.1007/s40261-012-0047-8
    2. Diefenbach, D. L., and West, M. D. (2007). Television and attitudes toward mental health issues: Cultivation analysis and the third-person effect. Journal of Community Psychology, 181–195. https://doi.org/10.1002/jcop.20142
    3. Harper, S. (2005). Media, Madness and Misrepresentation. European Journal of Communication, 460–483. https://doi.org/10.1177/0267323105058252
    4. Li, W., Yang, Y., Hong, L., An, F.-R., Ungvari, G. S., Ng, C. H., and Xiang, Y.-T. (2020). Prevalence of aggression in patients with schizophrenia: A systematic review and meta-analysis of observational studies. Asian Journal of Psychiatry, 101846. https://doi.org/10.1016/j.ajp.2019.101846
  • Prejuicios y estereotipos: su función social

    Prejuicios y estereotipos: su función social

    Los prejuicios sobre terceras personas tienen una razón cognitiva, e. d., que para no tener que estar analizando continuamente los hechos de la realidad, tendemos a simplificar algunos de estos procesos porque si no, no habría forma de sobrevivir. Si tuviéramos que procesar toda la información de lo que vemos, oímos y sentimos, nos llevaría tanto tiempo que tenemos que gestionar toda esa información con eficiencia. Una de las formas de hacerlo es descartar una gran parte de la información y procesar sólo aquello que es relevante para generar grandes bloques de información que pueden ser procesadas de forma rápida y eficiente. Los prejuicios, como dijo Allport, son los procesos de categorización que efectuamos para evaluar a un individuo (sobre todo si pertenece a la minoría) y saber con rapidez de qué forma comportarnos o qué se espera de nosotros.

    Los estereotipos son los modelos que utilizamos para categorizar a otros individuos y se basan en la misma premisa: para reducir la cantidad de información que procesamos, analizamos únicamente los aspectos que nos ayudan a categorizar a la persona y descartamos una gran parte de información que, en esa situación, no consideramos relevantes. De esa manera, simplificamos y sistematizamos el análisis de la realidad. Tajfel dijo que cuando una gran cantidad de gente genera los mismos procesos, nos encontramos ante un estereotipo: si un grupo grande realiza los mismos procesos de categorización respecto a terceros, nos encontramos ante un estereotipo.

    Cuando vemos a una persona gorda y creemos que come mucho, no se mueve y no se cuida en general, estamos realizando un proceso de generalización a partir de una idea aceptada socialmente: no tenemos ninguna evidencia que nos lleve a pensar que esa persona, en realidad, no para de comer por ansiedad y se queda tumbada en el sofá mirando el móvil sin moverse en todo el día. Igual sí. Igual no. No lo sabemos. Pero resulta mucho más sencillo asumir que su comportamiento es ése que pararnos a pensar cómo lleva su vida, si está sana o si le va a dar un ataque al corazón. Y aunque estar gorda te ponga en situación de riesgo, no vas a tener un infarto sólo por estar gorda. Pero quién soy yo, no soy médico.

    Reconocer que los estereotipos pueden tener una función psicológica no significa justificarlos ni creer que las acciones discriminatorias derivadas de los prejuicios deben permitirse.

    FIN.

  • Sobre la medicación estimulante para el tratamiento de TDAH

    Un excelente vídeo de How to ADHD respecto a la medicación y el estigma asociado a ella.

    Las familias que medican a los niños y a las niñas no son malos padres.

    La medicación no deja zombi a los niños, y si es así, entonces está mal pautada.

    No es lo mismo que tomar speed o cualquier otra droga sin control médico.

    Existe una abundante bibliografía sobre el diagnóstico de TDAH que confirma la eficacia de la medicación y los beneficios de los tratamientos médicos con terapias psicológicas.