Categoría: Psicología

  • ¿Quién hace ghosting?

    ¿Quién hace ghosting?

    El 76% de los individuos entre 16 y 21 años de edad refiere que ha sido víctima de ghosting o ha sido quien lo ha llevado a cabo (Forrai, Koban and Matthes, 2023). Este estudio te sorprenderá por la conclusión a la que llega: no es lo mismo hacer ghosting a un amigo o a una amiga que a una persona con la que has tenido un rollo o algún tipo de relación romántica y/o sexual. Nadie se podía imaginar eso, ¿verdad? En absoluto. ¿Entonces?

    Ahora viene lo bueno. El estudio aporta una perspectiva interesante. Parte de la premisa de que las investigaciones sobre este fenómeno se han centrado hasta ahora en las experiencias de las víctimas de ghosting y en las consecuencias emocionales, pero no tienen en cuenta quien lo perpetra y en las causas de este comportamiento. Si la psicología explica la conducta pero también intenta predecirla, ¿cuáles son los motivos que llevan a una persona a hacer ghosting?

    El estudio llega a una conclusión muy interesante, esta vez sí: la sobreestimulación comunicativa (en el estudio lo llaman «communication overload») puede predecir la probabilidad de que se dé este comportamiento. En el caso del ghosting entre amigos o amigas, puede tener su origen en un cúmulo de variables que incluye una baja autoestima, pero esto no viene al caso.

    Una correlación significativa

    El estudio dice que hacer ghosting a un ligue está vinculado a la sobrecarga comunicativa y establecen que existe una correlación (no una relación de causa-efecto) entre que la persona sienta que recibe demasiadas notificaciones y/o demasiadas comunicaciones de terceras personas y la probabilidad de que se produzca el ghosting. O sea, que cuantos más mensajes recibes y más agobiado o agobiada esté con eso, más tendencia tendrás a hacer ghosting.

    Para esto, Forrai y sus compinches obtuvieron los datos de 1098 individuos (16 a 21 años, media de 19,08), de los que 54,81% eran mujeres. La variable «sobrecarga comunicativa» se evaluó mediante autoinformes que incluían afirmaciones como:

    1. «I am often overwhelmed by the fact that too many people are contacting me at the same time through social media.»
    2. «I often feel overwhelmed by the flood of personal messages on social media.»
    3. «It stresses me out when I receive a lot of personal messages on social media.»

    Los informantes debían evaluar la frecuencia con la que ocurrían estas situaciones, las veces en las que (les) habían hecho ghosting, cómo andaban de autoestima, estrés por motivos varios, etc. Los resultados muestran que, de los individuos que habían hecho ghosting, el 46% había experimentado sobrecarga comunicativa (con una significación del p<0,001, o sea, que el vínculo entre estos dos factores es sólido). Esta correlación no se daba con la baja autoestima ni con las tendencias depresivas. En otras palabras, la muestra sugiere que aquellas personas que reciben un montón de mensajes, no necesariamente en apps de folleteo, son aquellas que tienen una mayor predisposición al ghosting.

    Estos resultados están en la línea de Agarwal y Lu (2020), quienes establecieron que las personas que hacen ghosting suelen decir que tienen «problemas de tiempo» y de «gestión de los recursos» (sin más, no especifican). También coincide con Sisa (2022): las personas que reciben una «cantidad desmesurada» de mensajes son las que tienen tendencia a hacer ghosting, aunque sea sin querer. Entiendo que lo de «sin querer» se refiere a que igual una persona te envía dos mensajes y piensas «ya responderé luego…» y te das cuenta a los cinco días de que no respondiste. Para cuando quieres saludar, la otra persona, a la que le has hecho ghosting sin querer, ya te ha bloqueado. Entonces entramos en bucle: ¿quién ha ghosteado a quién?

    Si recibe muchos mensajes, ¿me hará ghosting?

    Puede que sí, puede que no. Que exista una correlación no quiere decir que si quedas con alguien y esa persona está mirando todo el rato el móvil porque recibe muchísimas notificaciones, vaya a hacerte ghosting. No necesariamente. Pero sí parece que una mayor cantidad de mensajes y notificaciones predice una alta probabilidad de que te lo hagan.

    Quién iba a decir que la estrategia de las apps para tenerte enganchado, la de bombardearte con notificaciones, aun cuando no tienen nada que decirte, sólo beneficia a las personas que obtienen rendimiento económico de la app que tú estás usando. ¿Has recibido alguna vez una notificación de Instagram o de lo que sea, diciendo que no tienes nada nuevo pero que igual te estás perdiendo lo que fulanito o menganita están posteando? ¿No? Yo sí. Muchísimas veces. Y de Facebook. «No te pierdas lo que está diciendo tal persona.» «Tienes un recuerdo de hace ocho años, cuando parecías un adefesio.» «Comparte con mengano (tu ex) esa maravillosa foto en la que se te ve la lorza.» ¿Para qué lo hacen? Para tenerte enganchado o enganchada. No recuerdo si Tinder lo hace o no, probablemente. Creo que Grindr, sí. Da igual, el documental «The Social Dilemma» de Netflix cuenta esto mejor que yo. Si lo ves, flipas.

    Todo esto nos ayuda a entender un poco mejor el fenómeno del ghosting. No digo que no joda, que lo hace, y mucho; te deja en un limbo de darle vueltas a la cabeza de por qué esa persona ha desaparecido. Es inevitable pensar que la razón por la que ha pasado está en ti, que no le gustas. Entonces comienzas a buscar las razones exactas por las que esto ha ocurrido y qué es eso que a la otra persona no le ha gustado. Obviamente, y más si tienes la autoestima un poco regulín, vas a encontrar miles de razones. Como no tienes un punto de referencia ni una explicación, el ghosting te da alas para ponerte en lo peor. Y eso a la idea que tienes de ti mismo o de ti misma le viene fatal. No estoy diciendo nada nuevo.

    ¿Seré yo?

    Lo nuevo es de todo esto es: ¿y si el ghosting no tiene nada que ver conmigo? ¿Y si le ha pasado cualquier cosa? ¿Y si es que está hasta arriba? ¿Y si ha sido sin intención? ¿Y si ha sido abducido por los extraterrestres en la carretera de Matapozuelos a Gomeznarro y le han hecho pruebas de resistencia sexual y ahora no tiene ganas nada más que de comer bocadillos de jamón y escuchar discos de Bustamante?

    ¿A que te han dicho esto tus amigos y tus amigas cuando te ha pasado? Es un clásico. «Deja pasar un par de días, a ver». «Ya verás, seguro que ha pasado algo y no puede escribirte.» Para luego, a la semana y media, decirte «ya sabía yo que ese hijo de la grandísima puta te iba a hacer algo así», un clásico de las amistades. Que bueno, que muchas veces no pasa nada y la persona nunca se vuelve a poner en contacto contigo por lo que sea. A lo mejor es verdad que no le has gustado. ¿Pero y si es que tu mensaje se ha perdido entre tanta notificación?

    Que quede clara una cosa: la razón por la que haces ghosting es irrelevante para ser una mierda de persona. Da igual la razón. Hacer ghosting está mal. Está mal. Está mal. Pero la razón sí es determinante a la hora de evaluar cuántos puntos te llevas en la escala Mercator de ser escoria humana. No por nada, sino porque básicamente los sentimientos de esa persona no te importan, pedazo de mierda. Es lo mismo, pero no es igual. O no. Ya diréis, vosotros y vosotras.

    No sé, en el fondo da igual, la cuestión es que te han hecho ghosting y eso es una jodienda. Pero que sepas que quizá la razón no es que sea un cabrón o una cabrona, igual es que no tiene nada que ver contigo, igual sí le han abducido los extraterrestres. Igual.

  • Morsas

    No tenía ni idea de que las vocalizaciones de las morsas fueran tan flipantes.

  • Los orangutanes son capaces de repetir comportamientos complejísimos mediante la imitación. En estas ocasiones, la línea entre el ser humano y estas criaturas se desdibuja tantísimo…

  • No todos los cuerpos son bonitos

    No todos los cuerpos son bonitos.

    No todos los cuerpos son bonitos. Ni tiene por qué gustarte tu cuerpo, ni tienes que pensar que tu cuerpo es maravilloso. Tu cuerpo puede ser feo y no gustar a nadie. Da igual: el problema es que creas que tú valgas más o menos según tu cuerpo te guste o no. O lo que es peor, guste a los demás o no.

    Cuando la gente dice que «todos los cuerpos son bonitos» y pone fotos de personas gordas riéndose (generalmente mujeres), no está haciendo otra cosa que perpetuar la misma premisa que te está jodiendo, la de que vales en la medida en que guste tu cuerpo. ¿Verdad que no puedes correr un maratón y no te hundes por esto, salvo que te ganes la vida como atleta? ¿Verdad que no te desmoronas porque no hablas seis idiomas? No los hablas. Podrías, pero no. ¿Y qué? ¿Puedes continuar con tu vida? Sí. Pues esto es más o menos igual. No todo el mundo habla seis idiomas, no todo el mundo tiene un cuerpo bonito y ni todo el mundo sabe hacer croquetas.

    Esa filosofía «positiva» y esa forma «constructiva» de ver la vida pueden ayudarte si piensas que es peor morirse o que hay gente peor que tú. Pero no vale cuando estamos hablando de que tu cuerpo te tiene que parece genial. Es que igual tu cuerpo te parece una mierda. El secreto está en que puedes ser razonablemente «feliz» aunque te lo parezca. O te puede dar igual. O puede no interferir en tu vida para que puedas dedicarte a hacer cosas más importantes: como aprender a hacer croquetas.

    Un podcast de psicología que recomiendo

    Escribo esto sin intención de dar lecciones. Simplemente que he estado escuchando un episodio del podcast de Buenaventura del Charco sobre los trastornos de la alimentación. No trata el tema de si todos los cuerpos son bonitos o no. Habla de los trastornos de la alimentación. Dice algo con lo que estoy de acuerdo: la anorexia y la bulimia son dos manifestaciones diferentes de procesos relacionados con la toma de control.

    Empieza el episodio con la reflexión que hago al principio: da igual tu cuerpo. Si te validas según aceptes tu cuerpo o no, mal vamos. También dice, y yo no había caído, que las personas que tienen un trastorno de la alimentación están todo el día pendientes de su cuerpo. Por tanto, ¿cómo vas a hacer una terapia que te dice que estés todo el rato controlando lo que comes y dejas de comer? Si precisamente ése es el problema: no que dejes de comer, sino que sustituyas controlar un aspecto de tu vida por controlar tu cuerpo. Lo principal, según él, es dejar, poco a poco, de observarte y de registrar lo que comes, la talla que gastas o los kilos que pesas.

    Osos gay(s). No hay un sólo canon de belleza: hay varios.

    El cuerpo como capital

    Si los mensajes como «aprende a amar tu cuerpo» y «tú también tienes un cuerpo bonito» son tóxicos, pensar que la culpa la tienen los cánones de belleza, tampoco es hilar muy fino. Ni la culpa es de instagram, aunque nos haga sentirnos peor (especialmente a las mujeres, según Sherlock y Wagstaff, 2019). Eso no quiere decir que los preceptos modernos sobre la belleza no sean nocivos o que usar mucho instagram no te perjudique de la forma en que lo haría una pareja que siempre está censurándote. No sólo ensalzan la delgadez, sino que promueven cuerpos que no están sanos: estamos hablando de un índice de masa corporal de 18 o inferior (Katmarzyk y Davis, 2001). Eso es delgadez extrema.

    A lo de la delgadez hay excepciones, sólo hay que echar un ojo por las etiquetas de las páginas de pornografía. Pero por lo general, no van en la línea de «mira qué pinta de sanota tiene ésta, menudo polvo tiene». Un ejemplo: para los señores que abrazan a otros señores encontrarás mucho material en el que se ensalza la obesidad. No tengo números, pero entiendo que estos modelos de belleza son minoritarios. El maricón estándar busca unos buenos músculos además de un buen intelecto, todos lo sabemos. Date una putivuelta por Grinder a ver qué ves y cuenta las lorzas. Para ver alguna tendrás que usar otra app, supongo.

    Existen varios cánones de belleza, esa no es la cuestión. Los modelos cambian, están situados históricamente y dependen de muchos factores. Lo que se mantiene en el tiempo es ese vínculo que se establece entre tu valía personal y tu cuerpo. Ahora que el cuerpo es tan importante como lo es tener dinero, e. d., se ha convertido en una forma de capital, el que no tiene un cuerpo bonito es pobre. Y la gente huye de quien es pobre. Como de las ratas. Quien tiene un cuerpo feo o que no se adecúe a una norma, tiene menos capital. Eso es así.

    La anorexia mirabilis

    El cuerpo es una forma de capital social: se ve en los primeros testimonios de la «anorexia mirabilis», ya en el siglo III. Dejas de comer porque abandonas los placeres de la vida. Dejas de comer porque tu cuerpo es demasiado bonito. Dejas de comer porque lo que mola es ser un asceta de verdad: los ascetas, esos influencers. Dejas de comer porque eso te acerca más a Dios y por eso eres mejor cristiano.

    Si el entorno es el adecuado, entonces tu capital social aumenta porque tu reputación mejora. Los textos documentando casos de trastornos de la alimentación se multiplican en el siglo XV: un caso notable es el de (Santa) Catalina de Siena que se mataba de hambre porque quería estar más cerca de Dios. Luego ya vino una cosa un poco más rara que es que se casó místicamente con Jesucristo con un anillo de pedida hecho con el Santo Prepucio, según Bynum (1987). Ahí queda la historia de Santa Catalina de Siena. Leed sobre este asunto y flipad.

    La culpa no es de los cánones de belleza

    De todo lo anterior me quedan dos cosas: primero, que la reputación de tu cuerpo se ha vinculado y se vincula a tu valor social. Segunda, que no hay un canon de belleza, sino varios. El problema sigue siendo el mismo, a. s., que te sientas mal porque tu cuerpo no te guste o no corresponda con lo que se considera bello. Pero si la idea que tenemos de belleza fuera la clave para entender por qué nos sentimso así de mal y por qué somos tan infelices, todo el mundo sufriría del mismo modo porque todos estamos expuestos a estos principios. ¿Por qué no todas las personas que no tenemos un cuerpo normativo desarrollamos un trastorno de la alimentación? Porque primero, el sufrimiento es relativo y, segundo, porque desarrollar un trastorno de la alimentación no es el resultado automático de la presión social. Además no todas las personas se validan mediante el aspecto de su cuerpo. Algunos lo hacen por sus capacidades, otros porque no tienen un motivo específico para no hacerlo y algunos porque saben hacer una croquetas que te caes de culo.

    La relación con tu cuerpo es importantísima, porque es una relación para toda la vida (qué ingenioso, hoygan) y vais a ser inseparables. Así que esa relación tiene que cuidarse, ni puedes odiar a tu cuerpo, ni te puede dar igual, ni puedes estar en una relación tóxica en la que le prestas atención 24/7. Por supuesto que es una relación que hay que cuidar, pero hasta ahí. Hay que cuidarla como con cualquier otra relación. Pero ya.

    ¿Todos los cuerpos son bonitos? A mí no me lo parece. El mío, tampoco.

  • Esto es verdaderamente flipante. Leedlo.

    Brain-reading devices allow paralysed people to talk using their thoughts.

    Brain-reading implants enhanced using artificial intelligence (AI) have enabled two people with paralysis to communicate with unprecedented accuracy and speed. In separate studies, both published on 23 August in Nature, two teams of researchers describe brain–computer interfaces (BCIs) that translate neural signals into text or words spoken by a synthetic voice. The BCIs can decode speech at 62 words per minute and 78 words per minute, respectively. Natural conversation happens at around 160 words per minute, but the new technologies are both faster than any previous attempts.

  • El estudio de la Prisión de Stanford (1971) o sobre cómo las personas se vuelven malvadas y crueles

    El estudio de la Prisión de Stanford (1971) o sobre cómo las personas se vuelven malvadas y crueles

    Ayer empecé a hablar en serio con mis estudiantes tercero sobre la perspectiva sociocultural en el análisis del comportamiento humano. Siempre empiezo con Zimbardo (1971), el estudio sobre la Prisión de Standford, y con Festinger (1954), el de la disonancia cognitiva. Hay muchísima información sobre los dos, pero en mis clases siempre ha habido una especie de fascinación por el primero que hace que mi clase entre en trance cuando estoy explicándolo.

    Por si alguien no lo conoce: el estudio de la Prisión de Stanford de Philip Zimbardo es uno de los estudios clave de la psicología del siglo XX y va sobre la influencia que ejercen el entorno físico y social en el comportamiento. Para empezar, Zimbardo buscó voluntarios a los que se les iba a pagar quince dólares al día (unos 100 dólares ahora) para participar en una investigación que iba a durar dos semanas. Los voluntaríos debían ser hombres y pasar una serie de evaluaciones psicológicas para descartar a todos aquellos que consumieran drogas, presentaran rasgos de personalidades violentas o que tuvieran comportamientos patológicos. Después, Zimbardo y su equipo crearon un laboratorio que simulaba una cárcel y asignó a los participantes seleccionados, de manera aleatoria, dos roles opuestos: unos iban a ser los carceleros y los otros, los presos. De esta forma esperaban observar si sus conductas iban a cambiar según el rol que se les había asignado o si no iba a haber cambios fundamentales. Si las conductas se mantenían estables, el estudio sugeriría que la crueldad es una característica intrínseca del individuo, mientras que si se producía algún cambio debido al entorno físico y a las estructuras sociales que habían creado y si se daban comportamientos un poco más subiditos de tono, se podría demostrar que son éstas variables las que están detrás de la crueldad y de algunas situaciones de abuso de poder. La pregunta, en definitiva, venía a ser: ¿las personas son malas o se hacen malas? Como todo en psicología, es imposible decir que un comportamiento tiene una única causa, pero eso es otra historia que debe ser contada en otro momento.

    Evaluación de los voluntarios.

    Los participantes seleccionados fueron informados debidamente de cuál iba a ser el procedimiento, cuáles eran las hipótesis que manejaban y qué pretendían observar. También se les explicó a los que iban a hacer de guardias que «debían mantener la ley y el orden» pero que no les estaba permitido causar daño físico a los prisioneros. A los primeros se les proporcionó uniformes, porras y gafas de sol espejadas y a los segundos, se les puso una cadena en un pie, se les dio una especie de camisola para llevarla puesta sin ropa interior y se les asignó un número a cada uno. Todo esto era parte del atrezzo que debía establecer una distinción clara entre ambos grupos. Los carceleros disponían de símbolos de fuerza y poder (las porras) y de un instrumento que permitiera crear inseguridad y desconcierto en los prisioneros: las gafas. Puesto que eran espejadas, los internos no sabrían a quién se estaban dirigiendo los carceleros y contribuir al ambiente de vigilancia perpetua del que había hablado Foucault. Los números, por ejemplo, eran un mecanismo de despersonalización y desindividuación: al no ser referidos por sus nombres, los presos perderían la comprensión de sí mismos como personas.

    Arresto de los participantes el domingo 15 de agosto de 1971.

    El primer día, los que hacían de prisioneros fueron arrestados por policías de verdad. Se les trasladó a la prisión y, a partir de ahí, estaba previsto que permanecieran dos semanas bajo la observación del equipo de Zimbardo. Pero conforme pasaban las horas, se fue perdiendo el control: el primer día, uno de los vigilantes empezó a mostrarse más dominante de lo esperado. El seguno día, los presos se rebelaron y provocaron un aumento de la presión a la que eran sometidos por los carceleros. El miércoles, uno de los presos sufrió una crisis ansiosa pero decidió continuar en la prisión. Al día siguiente, a los comportamientos de abuso psicológico se les añadió un componente de humillación sexual muy evidente y la psicóloga Christina Maslach, que entonces era la novia de Zimbardo, acudió para llevar a cabo unas entrevistas evaluativas con los presos. Pero al ver el panorama, le dijo a Zimbardo que aquello se le había ido de las manos y éste decidió terminar el estudio antes de tiempo, e. d., el viernes.

    Si te interesan los detalles, este vídeo lo explica mejor que yo y tiene subtítulos en castellano:

    En seis días que duró la investigacíon, el comportamiento de los participantes y de los investigadores (!!!) había cambiado radicalmente. Los participantes se transformaron en el rol que se les había asignado: los carceleros se habían vuelto crueles crueles y habían mostrado un nivel de agresividad y violencia física y verbal que los test psicológicos previos no habían podido predecir. Los convictos, por su parte, se fueron volvieron sumisos sumisos y comenzaron a mostrar signos de cambios emocionales profundos, ansiedad, estrés, depresión e incluso estrés postraumático.

    Aunque el estudio es muy cuestionable desde el punto de vista ético y metodológico, es cierto que es una demostración espectacular de los que se había pensado anteriormente, especialmente después de lo que había ocurrido en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial: cualquiera puede volverse, dadas las circunstancias del entorno, en un individuo cruel, sádico y malvado.

    Zimbardo (1971). Un preso es introducido en la celda de castigo.

    Zimbardo detalla en «El efecto Lucifer» todo lo que ocurrió durante aquellos días y admite no sólo los problemás éticos, sino la forma de proceder fue bastante cuestionable. Aún así, se defiende de aquellos que atacan la validez y la fiabilidad del estudio con un ejemplo que pone los pelos de punta por las similitudes con el estudio: el caso de los abusos en Abu Ghraib durante la invasión estadounidense de Irak. No pongo las fotos aquí porque si quieres, ya las buscarás tú. Son muy muy muy fuertes. En resumen, lo que pasó en Stanford pasó, exactamente igual, en la prisión iraquí.

    El estudio de Zimbardo cambió la forma en que entendemos la maldad. Ya no parecía tan claro que se tratara de una característica intrínseca a la persona, sino que, independientemente de que haya individuos con más o menos escrúpulos o personas que tengan más o menos en cuenta el bienestar ajeno, la crueldad puede ser resultado de los efectos que tiene el entorno sobre nosotros y nosotras. No sé realmente si hay personas malas, lo que sí está claro es que hay personas que se han vuelto malas y a las que, como se dice popularmente, la «vida les ha hecho así». No se trata de analizar si un comportamiento malvado es justificable o no, no hablo de la responsabilidad invididual de cada cual ante las circunstancias ni el control que podemos tener sobre la presión que ejercen las circunstancias sobre nosotros. No todos los alemanes fueron nazis, ni todos los carceleros se comportaron con tanta crueldad en 1971. Tampoco podemos ser tan hipócritas de decir «a mí eso no me había pasado». Lo que Zimbardo demuestra es que todos y todas, dadas las circunstancias, nos podemos convertir en monstruos.

    Tú también.

  • Si pudiera, estudiaba etología animal. Los orangutanes son criaturas fascinantes.

  • ¿Usar mucho Instagram es malo?

    ¿Usar mucho Instagram es malo?

    Respuesta rápida: sí.

    Scherlock y Wagstaff (2019) dicen que la exposición a imágenes de otras mujeres, especialmente si éstas son valoradas como físicamente atractivas, correlaciona negativamente con la satisfacción respecto del propio aspecto y la autoestima, lo que aumenta la probabilidad de la aparición de síntomas de tipo ansioso y depresivo. En otras palabras: las mujeres que pasan mucho tiempo en Instagram viendo fotos de otras mujeres consideradas bellas tienden a encontrarse peor, a estar más tristes y/o ansiosas y a pensar que valen menos y son menos atractivas.

    Las autoras se preguntan, muy inteligentemente creo yo, si esto no es lo mismo de siempre; hace décadas que las mujeres están expuestas a imágenes de otras mujeres bellas de forma constante. Hay una diferencia, no obstante: mientras que las modelos se entienden como mujeres hasta cierto punto «extraordinarias» y «excepcionales», las fotos que ven en Instagram son de mujeres «normales y corrientes». E. d., mientras que la comparación con una modelo es difícil porque es un ser humano como de otro planeta, la comparación con estas mujeres «normales y corrientes» es más fácil. No es lo mismo compararse con una cantante que gana millones a espuertas que con la del gimnasio del barrio, que está muy buena y lo sabemos todos. Es precisamente ése el pensamiento que tiende a provocar los sentimientos negativos: «¿por qué ella sí está buena y yo no?».

    Para entender ésto, es útil leer a Liu et al. (2016), que ya dijeron que el uso de las redes sociales aumenta la tasa de comparación social, e. d., la frecuencia con la que nos valoramos a nosotros mismos tomando terceras personas como referencia y no por variables intrínsecas. Vienen a decir que no es lo mismo ser feliz porque algo me hace sentir bien, que serlo porque tengo más que los demás o porque he conseguido publicar una serie de fotos en Instagram sobre un viaje acojonante a las Seychelles o porque ésa ya no me puede mirar por encima del hombro.

    Los efectos de estas comparaciones son más perniciosos cuando la gente que parece común y cercana y al mismo nivel socioeconómico que nosotras publica una foto en la que sale súper bien, parece que se ha tenido que gastar una pasta y se lo está pasando de agasajo. No digamos ya cuando publica una foto en el gimnasio con el hashtag #fitspiration (amalgama de estar «fit» e «inspiration», en inglés, o sea, «estar en forma» e «inspiración»). ¿Por qué esa (o ese) que ya está buenorra (o buenorro) necesita «inspirarse» para estar en forma? O sea, ¿no está contenta ya con tener unas piernas y unas tetas de la hostia, como para que encima nos esté restregando por el hocico al resto del mundo la cantidad de esfuerzo que dedica a estar buenorrísima (o buenorrísimo)? Es que luego me miro y pienso «qué gorda estoy». Y lo que es peor: «no solo estoy gorda, sino que además no hago nada por remediarlo», ya hemos caído en la trampa del «si quieres, puedes».

    Vuelta al principio. ¿Instagram es malo? Sí. Usar Instagram mucho te va a venir del culo para la salud mental. Los datos que recogen Sherlock y Wagstaff sugieren lo siguiente y son muy claros: cuanto más tiempo pasas mirando fotos de Instagram, peor te sientes y más probabilidad habrá de que desarrolles algún tipo de trastorno de tipo ansioso. No es coña: pasar horas en Instagram te hace infeliz y te deprime. Las autoras, además, concluyen que estos efectos se observan más en mujeres jóvenes, pero no porque sean más vulnerables, sino porque usan Instagram más. O sea: la edad no te protege de los efectos perniciosos de esta red, es que eres más viejas y la usas menos. Ya está.

    Ayer lo decía, no sabemos cuáles son los efectos a largo plazo del uso de estas redes sociales. Pero es que aunque haya evidencias de que nos está viniendo fatal todo esto, no sabemos cómo atajarlo. Igualito que fumar, ¿verdad?

  • La dismorfia del selfie

    La dismorfia del selfie

    Leo ésto en la web de la UOC:

    Creo que no somos conscientes del impacto que está teniendo el uso de las redes sociales como Instagram sobre nuestro bienestar psíquico. Intuitivamente, sí, todo el mundo lo tiene claro, pero aunque hay un montón de investigaciones sobre cómo nos está afectando, nadie sabe muy bien cómo manejarlo, cómo lidiar con ello sin abandonarlas definitivamente. Compartir fotos con tu gente, en el fondo, no está mal. Habrá gente que necesitará compartir más, otras menos, igual que cuando no existía instagram y nos enseñaban las fotos de la boda o de las vacaciones. Quedas a tomar un café con amigos y unos te cuentan más y otros menos y creo que con las redes sociales, en el fondo, ocurre lo mismo.

    Ahora bien, cuando estamos observando la emergencia de fenómenos y patrones de procesamiento de la información que causan sufrimiento y que surgen de manera tan acelerada, al mismo tiempo que se van desarrollando las nuevas formas de comunicarse, es que ha llegado la hora de que pensemos muy bien hacia dónde vamos: o bien estas tecnologías están empeorando nuestra calidad de vida y nuestra salud mental, o bien estamos generando una alarma innecesaria que tampoco ayuda a gestionar las nuevas situaciones. En cualquier caso, hemos de darle una pensadita a todo esto.