Categoría: Yo opino que

  • Boicot a Eurovision

    Boicot a Eurovision

    A estas alturas, a nadie le puede caber ninguna duda de que el estado de Israel viola los derechos humanos de la población palestina. No hablo sólo de la ocupación de territorios o la construcción de asentamientos ilegales, mediante el uso desproporcionado de la fuerza y la restricción a la libertad de movimientos que convierte a Palestina en un inmenso campo de concentración. Hablo del genocidio que estamos viendo en directo via Instagram, mientras coreamos las canciones de la delegación española en un evento que blanquea una matanza indiscriminada y hacemos campañas para que gane nuestra candidatura favorita.

    ¿Todavía hay que explicarlo? Pues vamos allá: Israel utiliza eventos como Eurovisión para blanquear sus acciones genocidas como parte de su estrategia de comunicación para contrarrestar las críticas. Participar en eventos culturales y deportivos internacionales permite al estado terrorista mostrar una cara amable de sí misma que forma parte de una táctica más antigua que el mear, como las olimpiadas del 2008 y el mundial de fútbol de 2018.

    Juan Ramón Q. Sánchez tiene toda la razón cuando dice que Israel utiliza Eurovisión como pinkwashing, como el Orgullo en Tel Aviv, para desviar la atención de sus acciones consideradas criminales y opresivas contra la población palestina. Mientras tanto, perpetúa la opresión al colectivo LGTBIQ+ en Palestina. Marcel Pena escribe lo mismo: que Israel ha generado una narrativa que lo presenta como un país civilizado y abierto, donde las personas LGTBI pueden caminar libremente de la mano. Para conseguirlo retrata al pueblo palestino como “bárbaro”, “antigay” y, por lo tanto, merecedor de todo tipo de castigo. Y muchos maricones eurovisivos han caído en esta trampa.

    La Unión Europea de Radiodifusión, para justificar la inclusión de Israel en el festival, dice: «Comprendemos las preocupaciones y las profundas convicciones sobre el actual conflicto en Oriente Medio, pero estamos comprometidos a asegurar que el Festival de Eurovisión siga siendo un evento apolítico, en el que compiten artistas y cadenas de difusión, no gobiernos”. Pero sí que han excluido a Rusia y Bielorrusia por motivos, guess what, políticos. ¿Que no es una participación de gobiernos? Oficialmente, no. Pero la mayoría de televisiones que participan, con alguna excepción, son financiadas por los estados participantes, así que ese argumento no cuela. ¿Por qué Rusia sí y Israel no? Porque Israel tiene pasta, ni más ni menos.

    Las vidas de los palestinos no nos importan si se trata de Eurovisión y hacer como si nada estuviera pasando nos hace cómplices de la masacre que el estado genocida. Mientras, nos utilizan a los maricones para pasar por un estado civilizado, moderno y democrático y no lo que es, una máquina de destrucción que quiere la aniquilación de un pueblo que debería ser libre. No es posible justificar la guerra poniendo sobre la mesa el sufrimiento de las personas LGTBIQ+ en Palestina porque es perfectamente posible defender los derechos de estas personas y, a la vez, denunciar la guerra.

    No es tan difícil: puedes ver el festival cuando haya acabado, que no te vas a morir. Puedes apagar el televisor cuando salga la canción israelí, que en el fondo es una tontería: seguro que no solucionamos nada, ese argumento me lo sé, pero tampoco se solucionaba nada, en teoría, aplaudiendo a los sanitarios durante las restricciones del covid, o manifestándose contra el gobierno. ¿Es antisemitismo protestar? No, no lo es. Protestas contra la guerra, contra el sionismo, contra el asesinato. No contra lo judío, que no te coman la cabeza.

    Cualquier persona con dos dedos de frente y con un mínimo de humanidad no debería quedarse tan pichi con todo esto.

    Boicot a Eurovision 2024.

  • Lo verdaderamente enfermizo es comprar un ser humano aprovechándote de la pobreza de una mujer. Todo lo demás es utilizar la palabra “homofobia” de manera inadecuada y eso nos perjudica a todos los maricones.

    Eres un ser despreciable.

  • La izquierda conservadora no existe

    The Guardian dice que el nuevo partido de Wagenknecht es «izquierda conservadora» porque está a favor de ampliar los derechos laborales pero quiere transformar las políticas de inmigración para hacerlas más restrictivas.

    The former Left Party politician presented her team at a press conference in Berlin. It aims to defy labels with a mix of left-leaning economic, conservative migration and pro-Russian foreign policy initiatives. 

    Me explota la cabeza, aunque quiera ser openminded. La izquierda del siglo XXI se centra en la participación e intervención del Estado, la preocupación por el medio ambiente y el bienestar social. Restringir la inmigración choca con el último punto. No puedo imaginármelo de otro modo ni puedo pensar en algún argumento que justifique que el bienestar social debe distinguir pasaportes, fenotipos o cualquier otro criterio.

    La justicia social es para todas o no es justicia y, por tanto, la izquierda conservadora no existe porque no es izquierda.

  • ¿Qué es el «síndrome de Münchhausen»?

    ¿Qué es el «síndrome de Münchhausen»?

    El síndrome de Münchhausen, con dos haches, llamado trastorno facticio en el DSM-5, es un trastorno psiquiátrico en el que una persona simula o inventa síntomas de una enfermedad con el objetivo de recibir atención médica. Este trastorno puede implicar la activación de un comportamiento orientado a inducir síntomas o lesiones en sí mismo, como ingerir sustancias tóxicas o autolesionarse. E. d., además de simular unos síntomas, pueden estar también padeciéndolos, por ejemplo, por la ingesta de algo que provoque tales síntomas. También pueden falsificar los registros médicos o inducir la aparición de marcadores biológicos en las pruebas diagnósticas. La consecuencia, buscada, es que la persona termina recibiendo atención médica y del entorno.

    El Münchhausen puede presentarse en dos formas, bien hacia uno mismo, bien hacia una tercera, en cuyo caso se denomina que es «por poderes» (o hablamos de un «trastorno facticio por poderes»): en este caso, el individuo, generalmente un cuidador, inventa o causa enfermedades en otra persona, a menudo un niño o una niña, con el fin de obtener atención médica. O sea, el niño o la niña: la compasión que genera la enfermedad provoca actitudes de apoyo social, lástima, ayuda y, sobre todo, atención. Si el Münchhausen ya da yuyu, éste segundo pone los pelos de punta. En cualquier caso, sea por poderes o no, involucran la producción intencionada de síntomas físicos o psicológicos para engañar a los demás y obtener atención.

    ¿Cuál es la diferencia entre el Münchhausen y la hipocondría?

    El síndrome de Münchhausen y la hipocondría son dos condiciones diferentes, aunque comparten ciertas similitudes en el sentido de que ambas involucran una preocupación excesiva por la salud. Mientras en el Münchhausen los síntomas son inventados y, si no lo son, es porque son provocados, lo que implica que el individuo es consciente del engaño. En la hipocondría, oficialmente el trastorno de ansiedad por enfermedad, la persona experimenta una preocupación genuina por su estado de salud, generalmente porque interpretan de forma exagerada fenómenos observados, como un sarpullido o un dolor de cabeza: es más o menos pensar que tu migraña es debida a un tumor cerebral inoperable o, como me pasa a mí, que cuando me rasgo tengo sarna, ladillas o cualquier otra venérea. ¿Me pasa? Sí, con frecuencia. Sobre todo lo de las ladillas: me las noto correr por todo el cuerpo, saltando y bailando al ritmo de cualquier canción de Mariah Carey. Pero volviendo al tema, la diferencia entre el Münchhausen y la hipocondría es que en el segundo el individuo está convencido de padecer la enfermedad, sea ésta real o no. En el primer caso, no. Que se dé una condición médica es irrelevante.

    Ojo con decir que tal persona es «hipocondríaca»

    Todos lo hemos hecho alguna vez: «tal persona es hipocondríaca, es insoportable». Lo segundo, vale. Lo primero es peligroso. Primero, porque estamos utilizando una etiqueta aplicada a un diagnóstico de salud mental cuando en realidad lo que queremos decir es que el comportamiento de una persona nos molesta. No, una cosa es tener una enfermedad mental y otra ser estomagante. Igual, el gilipollas es quien va haciendo diagnósticos sin ton ni son, como lo del trastorno de personalidad narcisista. Ya no hace falta estudiar psiquiatría o psicología para conocer el tema en profundidad: con mirar dos reels de instagram es suficiente.

    Segundo, cuando nos ponemos a diagnosticar enfermedades mentales a cualquiera y normalizamos el uso de esas etiquetas (anoréxica, hipocondríaco,…) estamos equiparando un comportamiento que puede ser más o menos molesto o sorprendente o que no entendemos con un problema de salud real. No es lo mismo comer poco que ser anoréxico. El problema es que, a fuerza de repetirlo, terminamos generando un escenario en el que, al final, se presta menos atención a los problemas y a las situaciones que requieren una intervención real. Es esencial abordar los síntomas de manera seria y buscar una evaluación médica adecuada para descartar posibles problemas de salud. Pasa con «estar deprimido» como con «me han hecho bullying». No, el bullying es un proceso muy concreto y si terminamos diciendo que es bullying una situación que no es tal, terminamos extendiendo la idea de que el bullying es menos serio de lo que en realidad es. No es lo mismo estar triste que estar deprimido.

    Tercero: ¿a santo de qué vas tú ahora a hacer circular un rumor? No. Tanto si hablas de la intimidad de la persona como de… oh, espera, que si una persona sufre un trastorno mental de verdad no eres tú quién para hacer que la información circule porque eso es información privada de la que no eres dueño. O sea, que tanto si tienes razón como si no la tienes, lo que debes hacer es callarte la boca: o no tienes razón o no tienes derecho a decir lo que estás diciendo. E insisto: utilizar términos psiquiátricos de manera inapropiada contribuye a la minimización de los trastornos mentales y puede desalentar a las personas que realmente necesitan ayuda de buscarla.

    Es crucial abordar los problemas de salud mental con sensibilidad y precisión en vez de al tuntún y sin tener ni idea. El diagnóstico y la atención médica deben ser proporcionados por profesionales de la salud entrenados y entrenadas que puedan realizar una evaluación exhaustiva y brindar el tratamiento adecuado. Etiquetar a alguien de manera incorrecta puede tener consecuencias negativas tanto para la persona como para la comprensión general de los trastornos mentales.

  • No puedes justificar lo que está ocurriendo en Palestina porque Hamas haya cometido un acto terrorista. No puedes comparar la fuerza de unos y otros. No puedes ver justo el sufrimiento de la población Palestina. El desequilibrio de fuerzas lo hace imposible.

    Ser neutral en este caso me parece, simple y llanamente, una barbaridad. ¿Juzgar a los responsables del ataque de Hamas? Por supuesto. ¿Justificar el exterminio por parte del sionismo? Nunca.

    Y, por favor, Palestina no es Hamas y no es Islam. La población israelí, la población judía y el sionismo tampoco son equivalentes. Puedes ser israelí sin ser judío y sin ser sionista. Puedes ser sionista y no ser israelí. Puedes ser judío sin ser sionista ni israelí.

  • «Y no pasaba nada»

    La frase por excelencia de los señoros. Vale para cuando quieres justificar la violencia sexual, el bullying o, como en este caso, la explotación laboral. Lo divertido aquí es que Ricardo Sanz se queja de que «le han robado legalmente» y cree que si él trabaja 14 horas para enriquecerse, qué es eso de que la gente joven no quiera trabajar esa cantidad de horas cobrando una miseria para que él se enriquezca. Qué pesados son con los derechos laborales, oye, que al final no se va a poder explotar a nadie pagando en B:

    «Yo hice la mili durante 18 meses en la cantina del Ejército. No sé la de horas que habré trabajado allí. Ahora la gente nueva que entra a trabajar quiere hacerlo ocho horas, tener dos días libres y conciliar. Antes hacíamos 14 o 15 horas diarias y no pasaba nada. Yo trabajé durante cinco años en un restaurante japonés aquí en Madrid, aprendiendo sin contrato, cobreando [sic.] en B, sin vacaciones, libraba solo los domingos y hacía 15 horas diarias. Pero lo hacía por pasión y disfrutaba. Ahora las cosas han cambiado.»

    Enlace al artículo.

    Yo es que leo lo de «como se ha hecho toda la vida», «ya no se puede ni…» o «chiquilladas» y me saltan todas las alarmas, qué queréis que os diga.

  • Algunos médicos y algunas médicas protestan por Twitter por la cantidad de bebés que son atendidos en las urgencias hospitalarias sin necesidad. Puede que vayan a urgencias porque la familia no sabe qué hacer o no tiene ni idea de cómo valorar la gravedad del asunto. Igual, Antonio, igual va y llevan al bebé a urgencias porque el ambulatorio está cerrado, o porque están desesperados esperando la cita con el pediatra en dos semanas, o porque no pueden pagarse una consulta privada. O quizá, Antonio, van al hospital porque creen que realmente ocurre algo grave. ¿Y sabes qué? Te sorprenderá, pero no han estudiado medicina, ergo no pueden valorar si la situación es seria o no. Tú sí has estudiado, ellos, no.

    Si las urgencias del hospital se colapsan no es por esos bebés que son atendidos, sino porque la sanidad pública está infrafinanciada. El problema no hay que buscarlo en las familias que están agobiadas y no saben que hacer. Mientras la sanidad pública, la justicia y la educación no sean las prioridades absolutas para los gobiernos y mientras falten fondos para su financiación, el mal funcionamiento seguirá siendo responsabilidad de quien decide cómo se ha de invertir el dinero público. Y no vale decir que hemos pagado 53.000 € en los pinganillos del Congreso para traducir las intervenciones porque parece que pagamos 8,4 millones de € al año en la monarquía y nadie dice ni mu. Si te molesta lo primero y no lo segundo es probable que creas que no eres ni de derechas ni de izquierdas.

  • Ya no coges el teléfono porque es invasivo y te hace perder el tiempo. No como Whatsapp, Twitter, Instagram o Tiktok, que no tienen ningún impacto en tu vida, en cómo gestionas tu tiempo, en lo que haces, en lo que comes o en lo que compras. Porque pudiendo solucionar algo con 91 mensajes de texto en un plazo de dos horas y media, ¿para qué vas a hacer una llamada para aclararte en tres minutos? ¿Estamos locos o qué?

    Y luego: ¿qué es eso de forzarme a responder cuando me llamas? ¿Hay algo más invasivo que llamar por teléfono, si exceptuamos que todo el mundo sepa a qué hora te conectaste por última vez o si has leído los mensajes? Quitando eso, no hay nada.

    Llamar es sólo para las urgencias, de la misma manera que enviar 54 mensajes de buenos días o reenviar a todos tus contactos ese mensaje que te parece un poco gracioso (no mucho) es algo absolutamente necesario para el ejercicio de tu libertad. Como darle like a un mensaje cuando te has quedado sin nada que decir, no sea cosa que la otra piense que no has respondido o no quieres responder.

  • Cualquier día, a Lucía Etxebarria la eligen papisa. Tendrá autoridad sobre todos los creyentes y todo lo que escriba, inspirado por Dios, será dogma para los fieles cuando hable ex cathedra. Deberá ir a emborracharse bajo palio, portando el anillo del pescador y una tiara, con un tatuaje que diga «a mí no me han condenado por plagio porque llegué a un acuerdo». Podrá declarar santas a Amelia de Arco y a Lidia de Ávila, llagadas hasta arriba y mortificadas con la expulsión en las redes sociales. Cuando termine ese proceso, podremos empezar a hablar de la nominazión de Carlos Fabra al Nobel de Economía.