ACTUALIZADO:
Tenemos ahora una página nueva con enlaces a páginas sobre Carmen Laforet o sobre la novela. La lista no está completa, iré ampliándola con más páginas. Podéis sugerir cualquier otro material o enlace.
Yo sigo aquí desmenuzando la novela de este mes. Espero que os esté gustando. No quiero que nos pongamos a discutir antes de tiempo, porque para eso esperamos a que todo el mundo haya terminado de leerla, pero quiero decir un par de cosas que no desvelan nada sobre la trama y sí me parecen importantes:
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Es muy muy muy fácil de leer, los acontecimientos se suceden con mucha rapidez, el estilo es de todo menos críptico.
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Es amable, lo que a algunas personas les puede parecer insípido o cursi.
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No hace falta tener conocimientos previos sobre la guerra civil o la posguerra española para poder entenderla, salvo algunas cosillas, que ya comentaremos en su día.
A otra cosa. Hoy he tenido que ir a recoger las nuevas tarjetas del banco. Ni qué decir tiene que tenido que firmar más que el tesorero del Banco de España, ése que se pasaba día y noche firmando los billetes de dos mil, que mira que eran feos. Bueno, para feos el de cinco mil, que no sabía si era Cristóbal Colón o la niña del exorcista. A lo que iba. He tenido que firmar en el banco más que si estuviera pidiendo una hipoteca, y eso que no tengo más que dos tarjetas de mierda que se bloquean cada dos por tres, así que soy mal partido, no os lancéis a cortejarme, que no tengo ni un duro ni medio en el banco. ¿Alguien sabe lo peligroso que puedo llegar a ser con los asuntos de los bancos y los dineros? ¿No? Pues una vez di un dinero a cuenta con la que yo creía que era una tarjeta de crédito que luego resultó ser la de débito normal y corriente. Bueno, pues me enteré al cabo de dos meses, cuando vi que llevaba una deuda acumulada de ni se sabe. Otra vez me la dejé en el cajero, a pesar de los pitidos histéricos que lanza la máquina cuando te vas y la dejas allí después de haber cogido el dinero.
No es una cuestión de dinero. También de mi vida cotidiana. ¿Cuántas veces ha aparecido el mando de la televisión en el frigorífico? ¿Cuántas veces he lavado dinero? ¿Cuántas veces me he encontrado un billete de veinte en el bolsillo de un pantalón después de recogerlo del tendedero y me he llevado un alegrón? No llevo la cuenta, porque si no soy capaz de saber el dinero que tengo en la cuenta ni de elegir la tarjeta adecuada en cada momento, no voy a anotar todos los despistes que tengo a lo largo del día, porque yo soy capaz de estar hablando de una cosa, dejar la frase a mitad y pedir a mi interlocutor que me explique de qué coño estaba hablando porque no lo recuerdo. Supongo que si os pasáis por aquí habitualmente os habréis dado cuenta.
La gente es incapaz de apreciar el esfuerzo que nos cuesta a los despistados integrarnos en una sociedad decente como la nuestra. Eso sí, hay que agradecer a Nokia, o a Motorola o a Samsung, que hayan tenido a bien incluir un programa de alarmas en los teléfonos móviles, lo que me ha beneficiado cosa mala. Soy capaz de apuntarme las cosas en la agenda, ponerme un aviso en el móvil y otro en el ordenador y, con todo, olvidar las cosas. Así de sencillo. Eso sí, luego recuerdo de memoria el ganador de eurovisión del 84, que fue Suecia, los siete pecados capitales –soberbia, avaricia, lujuria, envidia, gula, ira y pereza–, los meses del calendario romano durante los cuales los idus eran el día quince –marzo, mayo, julio y octubre, gracias a Roberto Guzmán, todo hay que decirlo– o los primeros versos del Mío Cid. También recuerdo que las hormigas estornudan –eso gracias al trivial punching–, que los imparisílabos tienen el genitivo diferente en latín –y también recuerdo el ablativo de los atemáticos indoeuropeos–, y los valores del se los reconozco así, sin pensar. Sí, los reconozco, ¿qué pasa? Y a quien lo ponga en duda le –¿lo? ¿la?– reto ahora mismo a un duelo de palíndromos. A todo esto, he olvidado la tabla del ocho, la muy jodía.
Os preguntaréis para qué sirven estas cosas. Y yo os contesto, para nada. Me echaréis en cara –como ya han hecho– que recuerdo lo que me interesa. Y yo os contestaré que ya ha pasado el período de garantía, que la suerte ya está echada y que pa lo que me queda en el convento, me cago dentro. Y no quiero decir que me vaya a morir de hoy para mañana, no, pero es que a estas alturas lo único que puedo hacer es convivir con este defecto de fabricación y hacer mi vida y la de los que me rodean más llevadera. Sé que es una putada muy grande para la gente que tiene la desgracia de relacionarse conmigo, pero pongo a dios por testigo –nabo en ristre, que dice Sihaya– que lo he intentado y lo intento mil y una veces y que he intentado cualquier truco. Pero he llegado a la conclusión de que mi shoftware no furrula y puedo prometer y prometo para demostraros que se me va el hilo a la primera que en la calle Guillem de Castro había una tienda de shoftware y consumibles, sí, sí, de shoftware, pronúnciese chófgüer.
PD: No puedo evitar deciros que leáis hoy a Malayerba.
PPD: Gracias a Brixta, que me ha dado el tema sobre el que escribir.
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