El post sobre David Lodge y The Art of Fiction abrió otra vez la caja de los truenos. Mucha gente opina que la crítica literaria está sobrevalorada. La verdad, no sé qué opinar. Lo que sí sé es que es una de las profesiones menos conocidas –se me ocurren más– y sobre las que pesa una opinión general más que negativa, incluida la mía. Por eso tenía ganas de hablar sobre este tema y supongo que este será el primer post de una serie.
Entiendo que la función principal de la crítica consiste en explicar el funcionamiento de la obra para que el lector pueda aprovecharla al máximo: muchas veces se nos escapan aspectos de una novela porque no hay nadie que nos explique a qué hace referencia tal personaje o qué mito es calcadito a lo que le está pasando a tal otro. Está claro que no tenemos por qué ser eruditos a la hora de leer una obra literaria, sólo faltaba eso, pero es cierto que las hay –se me ocurre ahora El Péndulo de Foucault, de Umberto Eco– que requieren un gran esfuerzo por parte del lector y unos conocimientos que no están al alcance de cualquiera. Y con esto no desprecio a al que no esté puesto en semiótica o en Aristóteles o en la historia de las cruzadas, ni mucho menos, quiero decir que no tiene por qué interesarle a todo el mundo –yo estudié semiótica en la facultad y una y no más, oiga–, pero para aprovechar la lectura de esta novela hay que tener algunas nociones de esto, de lo otro y de lo de más allá. Quizá una edición anotada o una buena introducción harían que el argumento estuviera un poco más claro para una parte de los lectores que ahora la rechazan por oscura y enrevesada.
Muchos de nosotros, yo incluido, leyeron este libro después de haberse entusiasmado con El nombre de la rosa y esperaban encontrarse con algo por el estilo. Chasco y de los gordos, tú, que aquello no había por dónde fumárselo. Me lo leí cuando todavía no había empezado a estudiar en la facultad. Un parto en toda regla. Lo terminé porque estaba empeñado en llegar hasta el final y tenía más paciencia que ahora. Después de unos años en el estante de los prohibidos –el que está lleno de polvo, arriba a la izquierda, que es donde todo el mundo pone los libros que menos le gustan, comprobadlo y veréis lo que digo– decidí que era hora de darle una segunda oportunidad y ¡zas!, de pronto se me encendió la luz y lo leí de cabo a rabo, no de una sentada, pero sí en muy poco tiempo. La sorpresa vino cuando caí en la cuenta de que había entendido mil veces más que durante la primera lectura. Luego empecé La isla del día de antes, que terminó arriba, a la izquierda, junto al Ulysses. Supongo que si la editorial hubiera aportado algún tipo de documento explicativo al principio o al final de la novela o si le hubiera puesto un par de notas estratégicas a pie de página habría sacado mucho más partido. Y aquí es donde vuelvo a la crítica: debe ayudarnos a leer con mayor aprovechamiento. No todas, porque las hay que no requieren ninguna anotación de ningún tipo para ser degustadas –aunque todas son susceptibles de ser explicadas, sobre todo las buenas–, pero El péndulo de Foucault, difícil donde los haya, necesita una buena introducción crítica, explicativa o como queramos llamarla.
Crítica literaria (I)
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