El fin se acerca y estoy muy triste

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Hoy he dado la última clase a mis estudiantes de tercero con contenido real sobre psicología: hemos tratado la teoría del apego y las investigaciones de Ainsworth, de las que hablaré en otro momento. Quizá mañana. A partir de ahora sólo daré clases de revisión y preparación de examen y de métodos de investigación (rollazo al canto) hasta fin de mes. Mi momento como profesor de psicología está terminando. Después, el abismo.

Es el fin de una etapa para mí. Pongo punto y final a la enseñanza de la psicología, un período que me ha permitido crecer profesionalmente de una forma que no esperaba y que me ha dado una satisfacción personal enorme. La administración del centro me ha dado días libres cuando me salido del arco del triunfo, sin rechistar y sin preguntar, me ha dado lo que he necesitado y me han empujado a hacer las cosas mejor. Además, he tenido la oportunidad de trabajar con un equipo de compañeras y compañeros geniales, profes por devoción y convicción, que siempre han estado ahí cuando los he necesitado, que han respetado mi forma de trabajar escrupulosamente y que me han acompañado durante estos años: pasé de una vida gris y estúpida, acompañado de personas francamente imbéciles, si no malvadas (dos personas malvadas, en concreto) a un estado de euforia permanente en todos los sentidos, rodeado de mi gente y haciendo lo que me peta en la vida, como estoy ahora.

Cada vez que pienso en la decisión que he tomado, me entra un vértigo enorme; creo que no sé exactamente lo que estoy dejando. Sí, que vale que es un reto, que voy a avanzar profesionalmente y que era una oportunidad que no podía dejar escapar que me va a permitir aprender más y hacer más cosas con mi vida, por motivos que no vienen al caso (y por dinero, claro). Pero no puedo dejar de sentir una tristeza intensa por lo que dejo, por tantísimos buenos momentos en clase y por haber conseguido que veintitantos estudiantes, que yo recuerde, terminaran siendo aceptados en unos programas de psicología de la hostia, en Copenhague, en Aarhus o fuera del país. El corazón me explota cada vez que lo pienso. Ahora toca doble salto mortal con tirabuzón inverso, voltereta lateral y pino puente.

Escribo esto con la sensación de ir cuesta abajo y sin frenos, a grito pelado porque parece que me vaya a estampar a toda velocidad.

La vida es la hostia, oye.