Leo en EL PAÍS que el propietario de la Fórmula 1, Bernie Ecclestone, condiciona la celebración de un Gran Premio de F1 en Valencia, la misma ciudad en la que te pueden pegar un hachazo en la cabeza por llamar la atención a alguien, a que el PP gane las elecciones. Primero que yo no sabía que un deporte tuviera un propietario, eso ya me mosquea –tendrá derechos sobre el nombre o será el accionista mayoritario de la empresa que lo organiza, vete tú a saber–, pero es que ¿qué tendrá que ver un partido político con la organización de un evento? ¿A qué acuerdo han llegado?
De EL PAÍS:
Ecclestone ha reconocido haberse enamorado de las personalidades de Francisco Camps, presidente de la Generalitat y Rita Barberá, alcaldesa de la ciudad, y ha asegurado que no se fía de los nombres de las grandes ciudades, sino de las personas. «El contrato, aunque está todo preparado, no lo firmaré hasta después de las elecciones«, ha recalcado el propietario de la Formula One Administration (FOA).
Pues mirusté, es un degenerado, Sr. Ecclestone. Estoy verdaderamente escandalizado, me parece un verdadero insulto, no que se haya enamorado de Camps o de Godz-Rita, que al lado de esto la necrofilia es un juego de niños, sino hacia la ciudad. Y conste que este señor ha conseguido sacar mi vena patrioticoblavera, vamos, facha valencianista que me acabo de volver.
Como dice una persona cuyas opiniones me interesan bastante, en Valencia tenemos el «Síndrome del Aprendiz»: aprendiz de todo, maestro de nada. En Valencia tenemos un festival de cine de lo más cutre, el mayor museo de soldaditos de plomo del mundo, un “museo de las ciencias” –las comillas son intencionadas, y le pondría más– que es de todo menos museo, también tenemos a una pobre ballena sufriendo en una bañera carísima, una Copa América que solamente disfrutan los ricos y visitas papales. ¿Pero por qué se conoce a Valencia más allá de nuestras fronteras? Por la paella.
Estoy que echo humo, que lo sepáis.
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