He empezado a leer la novela Hijos de hombres, de Phyllis Dorothy James White (P. D. James), a la que no tenía el gusto de conocer, y tengo que decir que me está interesando bastante a pesar de haber visto la película del director Alfonso Cuarón. He leído la mitad –la verdad es que llevo tres días sin abrir el libro– y las diferencias con la película son grandes. Algun@s ya sabéis que la historia arranca unos veinte años después del momento Omega, en el que tuvo lugar el último nacimiento de un bebé en la Tierra del que se tiene constancia: no se sabe de ninguna mujer que haya dado a luz después de ese momento. A partir de ahí, la sociedad se va degenerando –en eso recuerda bastante a Ballard– debido, fundamentalmente, a la incapacidad de adaptación de las personas y de la sociedad a la nueva situación.
La novela es mucho más tétrica, insiste en el horror que significa que ya no nazcan niños –que, por cierto, se debe a la mala calidad del esperma masculino– y en la locura que padecen algunas personas, sobre todo mujeres, que protagonizan escenas de pesadilla, algunas de ellas me recuerdan a Little Otik y a Metrópolis. También se le da más importancia a la dictadura en el Reino Unido –el Guardián es el primo del protagonista y es una especie de dictador que llegó al poder democráticamente, no ha vuelto a convocar elecciones y a todo el mundo le da absolutamente igual– y a las cuestiones prácticas que implica la progresiva despoblación del planeta, como la reserva de alimentos para los que sean viejos cuando ya no haya una generación que les sustituya y el problema de la energía y el suministro de agua potable. La novela también habla del Quietus, que es un suicidio en grupo para aquellos a los que la situación se les hace insoportable y deciden morir antes de que llegue su hora.
Como el resto de la ciencia-ficción inglesa, Hijos de hombres tiene algo gris, deprimente y opresivo –también presente en Ballard, Wyndham, Orwell, Huxley y Wells– que me atrae bastante y no sé explicar el porqué. Hay quien dice que los ingleses tienen cierta tendencia a retratar las catástrofes sociales y la degeneración que implica un hecho sobresaliente o extraordinario que afecta a todo el mundo por igual o la degradación que sufre la sociedad producto de un gobierno alienante: todas los personajes de Ballard, los exclavizantes niños de Wyndham, los dirigentes en 1984, el soma y los eloi. No sé si será la catástrofe –morboso que soy– o si será la degeneración social –degenerado que soy– o, simplemente, ver lo mala que es la gente –malo que soy–, el caso es que me resultan muy interesantes, a pesar de que, como en ésta, hay ciertas afirmaciones –como que el descenso de la fertilidad viene dado por el libertinaje y la pornografía– que me ponen la piel de punta y los pelos de gallina.
Antes de que se me olvide, mañana por la noche, si no hay más votantes, cerraremos la elección de la tercera lectura, así que corran a votar.
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