Hungría se quedó sin arco iris

Manifestación del Orgullo en Budapest

Lo que está pasando en Hungría no es una distopía sacada de Black Mirror, aunque ojalá lo fuera. El gobierno del fascista y ridículo Viktor Orbán ha metido mano a la Constitución para aprobar una reforma que parece escrita con tinta del siglo XIX, siendo generosos. Prohíben eventos públicos LGTBIQ+, como las marchas del Orgullo, y reducen el género a «hombre o mujer», negando la existencia de identidades trans e intersexuales. Cuesta creer que hayan dado luz verde al reconocimiento facial para identificar y multar a quienes se manifiesten pacíficamente. Todo esto, dicen, para “proteger el desarrollo infantil”, como si los maricones fueran el problema, y no la violencia, el porno o el capitalismo. Lo que acaban de hacer es recortar derechos como quien poda un bonsái: libertad de expresión, fuera. Libertad de reunión, a tomar por saco. La comunidad internacional buenrollista ya ha levantado la ceja: 22 embajadas europeas y hasta la Comisión Europea han condenado la medida. Aunque igual podrían ser un poco menos tibios con la represión y el retroceso autoritario de los derechos de la ciudadanía y se montan un «a ver si te callas» como hizo el campechano, aunque esta vez con razón. Deberíamos preocuparnos por este cambio en la constitución húngara, porque silencia a la comunidad LGTBIQ+, erosiona los principios democráticos del país y amenaza con contagiarse a los países vecinos de esta, nuestra Europa «civilizada». Hungría se merece algo mejor.

Lo peor es que esto no se va a quedar en Hungría. Con la ultraderecha viniéndose arriba en varios rincones de Europa, este tipo de recortes puede empezar a parecer normal si no nos andamos con ojo. Hoy prohíben el Orgullo allí, mañana aquí, y cuando nos demos cuenta estaremos celebrando «la ceremonia», como en Gilead. Toca, para variar, ponerse los tacones y defender nuestros derechos con uñas y dientes, pancartas y mucho brillibrilli, que es lo que les jode. No sólo empeora la situación de los maricones y las bolleras, por mencionar a alguien: es toda Hungría, un pueblo civilizado, la que sale perdiendo.

Cuando Orbán entre por la puerta grande del Infierno, le esperarán Satán y su corte de bolleras para ponerle bien de rímel y atarle frente a un televisor con Priscila, reina del desierto en bucle, por toda la eternidad. Viktor, cariño, deja a tus compatriotas vivir como les salga del coño y tómate un puñadito de sal, a ver si te da un infarto y nos alegras el día a los demás.

🇭🇺 ✊ 🏳️‍🌈

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