Desde la tormenta de esta mañana –se adjunta imagen al final del post–, internete no me fufa, así que se la estoy robando a algún vecino caritativo. Mil gracias, vecino. Al fin algo de sentido en este día de horror cósmico y angustia existencial, porque recorrer 27 km me ha costado –bueno, al autobús–, una hora, repito: una hora. A todo esto, el conductor debía de tener un grueso tapón de cera en los oídos –obvio, no va a ser en el culo– y he estado sufriendo en mis can-nes el repertorio de las obras completas de Juan Luis Guerra, “Quisiera ser un pez” y demás, a todo volumen y versión lolailo, con anuncios de ortopedias y tiendas de muebles de las afueras de Valencia entre canción y canción. A mí no me importa que los conductores escuchen la radio, claro, pero a mí una mascletá me hace plim y la música del autobús no la podía soportar. A todo esto, claro, los móviles sonando, con música de Bisbal, por supuesto:
Quien me iba a deciiir, tiroriroriro-rirooo … ¡Dígame!… ¿Eh?… ¿Eh?… ¿Qué dices?… Nooo, que entoavía no he llegao… ¿Eh?… Pero ¿qué dices? Que no te oigooo… Te siento mu mal… ¿Eh?… Que toavía no he llegao… Claaaro, pero si ettoy toavía en el utobú… ¿Eh?… Vaaale, pue cuando llegue ya me verás.
Vamos, que un 747 a punto de despegar es más silencioso que algunos usuarios de móvil. Esto ha sido una dramatización, por supuesto, pero se parece bastante a lo que ha ocurrido. En eso que entra una señora, se sienta en la primera fila, de espaldas a la marcha del autobús y ve que en los últimos asientos estaba una conocida suya.
Fulanitaaa.
Menganitaaa, mujer, holaaa.
¿Cómo tamooos?
Bien, ¿y túúú?
Bien, hija, bieeen, achuchááá, pero bien. ¿Y la cuñááá?
Bien, bien, todos bieeen.
Pues a seguir bieeen, ¿eh?
Valeee.
Que digo yo que podía habernos hecho el favor a los demás pasajeros de levantarse y sentarse junto a su conocida en vez de informarnos sobre la salud de la cuñada. Ahí no acaba la cosa, porque entre los politonos, los grandes éxitos de los ochenta de la radio del autobús y el ruido del motor, la gente no oía bien a su compañero de asiento, con lo que me he enterado de los padeceres de la Pantoja y las quisicosas de la Operación Malaya, oiga, que ni el juez que instruye el caso dispone de tanta información como mis conviajeros, que sabían no sólo la cantidad en francos suizos que le habían pillado a la cantante en bolsas de basura perfumadas, sino también los detalles más escabrosos de las últimas conversaciones con sus abogados y la marca de las bragas de la detenida, que a la sazón le había bajado la regla del susto, que yo no sé cómo podían saber tantas cosas. Y es que cuando la gente se pone a hablar del prójimo acaba inventando unos culebrones que ya los quisiera Clarín. Si saben esto de una persona a la que no han visto en persona en su vida, ¿qué no sabrán de los vecinos? Miedo me da.
Vecinaaa, se compre unos pantis nuevos, que los que tiende están hechos unos zorros.
Foto hecha con el teléfono móvil. Obsérvese la capa blanca en la calzada. Como leí por ahí en un blog de un valenciano:
Para que luego digan que el cambio climático es mentira.
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