La ansiedad generalizada: tu cerebro cabrón y las películas que se monta para que lo pasemos bien

woman wearing black camisole

Pocas personas saben que cuando era pequeño me caí dentro de una lavadora mientras intentaba esconderme del monstruo que vivía en mi armario. Imaginaos el terror que le tengo a la lavadora. Y otra vez, con 20 años, casi pierdo un ojo por intentar ver si era verdad que las gafas de visión nocturna de los catálogos militares se podían construir con un rollo de papel de aluminio. Ahora hay secciones del supermercado por las que no puedo pasar por lo nervioso que me ponen. Las lavadoras y el papel de aluminio me generan ansiedad y a veces no puedo salir de casa.

Miento. Lo anterior es una tontería. Lo escribo sólo para introducir el post, para parecer un bicho raro y para despistar. Lo que sí es verdad es que escribo esto porque últimamente me he pillado muchas veces intentando entender por qué estoy triste, agotado, nervioso, acojonado, por qué me pongo en lo peor, por qué no me río, por qué he cambiado mi dieta habitual para pasarme a una compuesta de torreznos, ositos de gominola y culpa. ¿Qué podría salir mal con esta alimentación? Como me ha dicho una psicóloga, con esa voz de psicóloga que parece que todo está genial y que estar mal de la cabeza es comprensible y hasta deseable (para ella), quizá lo que me está pasando es un cuadro de “ansiedad generalizada”. Mira lo sorprendido que estoy. Mira, mira.

Para que te hagas una idea: la ansiedad generalizada es la que hace que pases una temporadita fenomenal en una casa abandonada y a oscuras, en compañía de tus terrores favoritos. La ansiedad generalizada es el Chicho Ibáñez Serrador de las patologías mentales. Ya verás qué bien lo vais a pasar tu ansiedad generalizada y tú. Prepárate para el pitorreo.

Algunos números sobre la ansiedad

Según la Organización Mundial de la Salud, aproximadamente el 4% de la población mundial padece actualmente un trastorno de ansiedad. En 2019, esto representaba alrededor de 301 millones de personas en todo el mundo y sabemos que esas cifras aumentaron durante la pandemia. En cuanto a la probabilidad de experimentar ansiedad a lo largo de la vida, se estima que 1 de cada 4 personas tendrá algún problema de salud mental, incluyendo trastornos de ansiedad. Si bien las tasas de prevalencia varían entre países, una parte considerable de la población experimenta ansiedad, siendo el trastorno de ansiedad generalizada una de sus expresiones más habituales y una de las que más tendencia tiene a persistir y a alargarse en el tiempo.

Lo que vengo a decir es que si tú también estás montándote pelis de catástrofes en la cabeza como si fueras Roland Emmerich, bienvenido y bienvenida al Club de los Guionistas Muertos. Embarquémonos juntas en esta incierta, pero muy probable, invasión alienígena que acabará esclavizando a la humanidad y hacernos sufrir a cascoporro.

¿Qué es la ansiedad generalizada?

La ansiedad generalizada es como vivir con una alarma de incendios permanentemente encendida, pero sin fuego. Es un estado de alerta constante, como si algo malo fuera a pasar en cualquier momento, aunque no tengas ni idea de qué. Es un monstruo que está ahí y te va a comer cuando menos te lo esperes. No importa que no sepas qué monstruo es, qué aspecto tiene, ni que nadie más lo vea. Tu cuerpo está en tensión, el cerebro te va a mil intentando escapar de esa situación, y tú disfrutas lo más grande esperando esa tragedia que nunca llega. Hasta que eso pase, tú te sientes del culo, te parece que saltas por nada y montas unos dramas que a tu lado Blanche DuBois es la estabilidad mental personificada y está tomándose un cafelate con Escarlata O’Hara después de alcanzar el nirvana en un spa.

Pregunta importante: ¿qué es la ansiedad? No es lo mismo la ansiedad que estar estresado por el curro o nervioso porque tienes una cita. Eso es estrés, agobio, o cualquier otra reacción adaptativa a situaciones cotidianas de la vida. Si estás en una situación límite porque has perdido tu casa en un incendio en el que ha muerto toda tu familia y además tu canción favorita no ha Eurovision, es normal y razonable que estés jodido y que te sientas del culo. Es más, cualquiera entiende que lo de que las votaciones del jurado de Montenegro es un horror de proporciones nunca vistas y es normal que estés hundido, triste y desesperanzado. Es normal que estas situaciones configuren una experiencia negativa; eso significa que te estás adaptando a la situación para valorar qué alternativas de acción tienes y reaccionar.

Pero la ansiedad es otra cosa. Es un estado psicológico y físico más profundo, más constante y, a menudo, sin una causa clara o evidente. Es como si tu cerebro hubiera perdido el manual de instrucciones y solo supiera darle al botón del pánico sin parar para que pases un rato agradable en compañía de tus miedos más absurdos. No es que no haya una causa, que sí la hay, es que tú no puedes identificarla o no puede atribuirse a lo que está ocurriendo a tu alrededor. El porqué hay que encontrarlo en la manera en la que estás procesando la información y en lo que predices que va a ocurrir.

El problema aparece cuando esos pensamientos anticipatorios, o sea, esos dramas que van a pasar pero que no sabes cuándo, son completamente irracionales, no tienen una base real o tienen una probabilidad ínfima de que sucedan. Pero te das cuenta de que ahí están, aunque no resistan un análisis lógico y tranquilo de las circunstancias y las probabilidades. Te obsesionan, te bloquean y, encima, como intuyes que no tienen sentido, te sientes gilipollas por tenerlos. Maravilloso. La ansiedad tiene siempre un componente de proyección hacia el futuro: no estás ansioso por lo que te ha pasado, sino por lo que está por venir. Sin esa recreación sobre hechos del futuro, la ansiedad desaparecería. De hecho, algunas terapias para combatir la ansiedad se basan en enseñar a las personas a que evalúen de manera más ponderada los elementos que componen su vida.

Y ojo, que la ansiedad no surge de pensar “y si…”: nace de no poder dejar de hacerte esa pregunta. Ese “y si…” se convierte en una rutina imparable y en una forma constante de planificar tu futuro, aunque no te des cuenta de que lo estás haciendo. No es un pensamiento puntual, algo que te ocurra de vez en cuando. Es una corriente continua de mierdas mentales, un tsunami de catástrofes imaginarias o improbables que no te dejan vivir y que, encima, si se las cuentas a alguien, te das cuenta de lo ridículas que son. Es como agobiarse por el impacto de un meteorito que nos matara a todos. ¿Es posible? Sí. ¿Es probable? No. Preocuparse por eso e invertir toda tu energía en recrear en tu cabeza ese escenario no te va a ayudar a seguir con tu vida. Si no caes en la cuenta de que pensar en el meteorito no te va nada bien, es posible que alguna persona muy querida, en la que confías, te lo mencione. Si eso pasa, entonces es posible que estés presenciando un espectáculo de los Village People bailando con una bandera roja en cada mano. Están cantando «I will survive», de Gloria Gaynor, pero mirándote y partiéndose la caja. Mucho bailan para el meteorito que se nos avecina.

Igual te estás poniendo un poco dramático.

Lo que a mí me pasa (por sacarle punta a algo que no tiene ni puta la gracia)

Confesión de primera magnitud: cuando yo estoy muy estresado, no me da por creer que tengo cáncer, como le pasaría a cualquier hipocondríaco con dos dedos de frente. Yo soy más de pensar que tengo algo turbio, a ser posible con estigma social, y encima que esté relacionado con lo sexual, para que la vergüenza sea aún mucho más intesna. Lepra, no. Fibromialgia, tampoco. ¿VIH? Por supuesto. ¿Ladillas? Todas y bien gordas. ¿Sarna? La última actualización, la que más pica. Póngame el pack completo, que me lo llevo puesto. Y que conste en acta que desprecio con toda mi alma el estigma que sufren las personas seropositivas. No quiero bromear con eso.

Dicho esto, me da vergüenza confesar que a veces me he embadurnado con permetrina combinada con uranio empobrecido Made in Fukushima (hand made, siempre) como si fuera colonia de bebé y que me he pasado mis buenas temporadas haciéndome las pruebas del VIH no diría que cada quince días, pero sí cada dieciséis. ¿Y si follo y luego me da el chispazo de la ansiedad? Dios no lo quiera, no sea que haya cogido cualquier enfermedad de transmisión sexual por bluetooth.

Vas al hospital porque tienes siete ETS muy agresivas. Es la séptima visita este año. Entonces descubres que han escrito en tu historial médico que “conviene valoración por psiquiatría”. Amiga, igual es un buen momento para pararte a pensar si quizá el problema no son las ETS, sino que tienes que ir a que te revisen una parte de tu cuerpo que está un poco más arriba de los genitales, yo qué sé, la cabeza, por ejemplo. Pero ojo, la ansiedad puede volverte en una persona tremendamente creativa. Cuando te dan los resultados (aparentemente) negativos, qué sabrán ellos, siempre te queda una bala en la recámara: los análisis están mal, o los han perdido, o me han confundido con otro paciente, o la máquina no funcionaba, o el virus ha mutado en una cepa invisible de origen extraterrestre enviada por Yavé para exterminar a los sodomitas que no practiquen la abstinencia sexual. En conclusión, aunque tengas siete pruebas negativas tú sabes que tienes una variante muy agresiva del VIH.

Como si sufrir la ansiedad no fuera suficiente, darte cuenta de que a veces puedes llegar a ser un pelín hipocondríaco te hace sentirte de todo menos orgulloso de tu fortaleza espiritual y te hace pensar que igual deberías pedir ayuda con eso. Pero a mí todo eso se te pasa y me imagino que cuando cuenten mi historia será como una mezcla entre «Philadelphia» y «Alguien voló sobre el nido del cuco». Pronto en sus mejores cines.

Igual pensáis que estoy frivolizando demasiado, pero no. Quienes me conocen saben lo mal que lo paso con mi infestación bisemanal de ladillas y con la tos de la tuberculosis oportunista, que combino con semanas alternas de invasiones extraterrestres, con el crash de la bolsa y con un accidente de tráfico que me va a dejar postrado.

Los pensamientos recurrentes

Una de las estrellas invitadas en esta comedia romántica que es la ansiedad generalizada son los pensamientos recurrentes. Son esos pensamientos que no puedes echar de tu cabeza, que te rondan y te joden el día (y la noche) y que te mantienen entretenido, no sea que te aburras con otras cosas menos importantes, como la vida. Y cuanto más luchas por domeñarlos, más fuertes se vuelven y más te afectan. No solo son molestos. Es que no te dejan vivir. Y no es que pienses una cosa horrible y ya está. Es que después viene otra peor. Y otra. Como si tu cerebro estuviera compitiendo por un Óscar al drama más exagerado. Qué coincidencia.

Allá va un ejemplo de lo que se me pasa por la cabeza, aquí, desnudando mi alma delante de toda España: «no sólo es que podría tener VIH, es que como lo tengo, puede que los tratamientos no funcionen y termine muriendo en un mes. Además, mucho antes de eso, tendré que explicar a mi círculo de gente más cercana lo que me pasa y eso es algo que me va a hacer pasar mucha vergüenza y qué van a pensar de mí, por favor qué horror, y luego empezarán los rumores y nadie me va a querer y no solo voy a morir sino que además lo voy a hacer solo, acompañado por las misioneras de la caridad, las de Teresa de Calcuta, que Satán la tenga en el infierno, las monjas esas que se van a preocupar más del ancianito que está en la cama de al lado que de mí porque para eso yo he sido mal cristiano y maricón y para más inri he estado haciendo guarrerías y me van a mirar con desprecio mientras yo me estoy ahogando por las flemas generadas como consecuencia de mi tuberculosis, pero igual estoy exagerando, porque no será por películas que me puedo montar en la cabeza y al final es normal que me entre la ansiedad, joder, si es que yo no sé por qué no me encierran, no sé si queda claro lo que quiero decir con la ansiedad generalizada, pero qué maravilla de novelas que podría escribir, si es que tenía que haberme dedicado a ser guionista en vez de estar perdiendo el tiempo estudiando, que soy una vergüenza para mi familia, con lo que me querían, y he perdido el tiempo con mi vida, mis ancestros se estarán revolviendo en la tumba por la deshonra, y ya para lo que me queda que me peguen un tiro, porque estoy decrépito, pero por favor que alguien me quite ya mismo las ladillas que tengo en la calva, porque este brote de una nueva especie de ladillas ultrarresistentes al material nuclear me está matando y las hijas de puta pican como un demonio, que no sé de dónde se sacarán que tengo que ir al psicólogo si yo estoy fenomenal, qué manía tiene la gente con decirme lo que tengo que hacer, oye, pero igual tienen un poco de razón y se me va la pinza poniéndome en lo peor, yo qué sé, que igual sí es cierto que soy un poco dramático, voy a respirar un poco a ver si se me pasa, inspirar, expirar, inspirar, expirar, así, muy bien, ay, me pica aquí, espera, uy, ¿y este sarpullido qué es?, a ver, espera, joder, puede ser sífilis.»

Si te has agobiado leyendo el párrafo anterior, que podía haber firmado Joyce tranquilamente o mi córtex cerebral en un día malo, entonces te doy la bienvenida a mi mundo.

También podría ser muchísimo peor. Yo tengo la suerte de que puedo identificar mis miedos y puedo hasta contarlos y reírme, aunque en el momento en que me pillan con la guardia baja no me hagan ni puta gracia. Hay peña que no puede. Y si te pasa eso, date por jodida.

¿Qué pasa cuando vivimos con ansiedad generalizada?

Pues pasa que la vida se vuelve una mierda, así de claro. No puedes disfrutar ni de las cosas buenas ni de las normales. Te cuesta concentrarte, descansar, tomar decisiones y cualquier situación te desborda. Y encima te crees que eres un inútil por no poder con lo que, supuestamente, todo el mundo gestiona sin problemas. La fatiga mental se convierte en física. No puedes dormir bien, no puedes pensar con claridad y te cuesta socializar. Y si encima trabajas, estudias o cuidas de alguien, el agotamiento es triple.

La ansiedad también afecta tu capacidad para estar en el presente. Porque tu cerebro está intentando descubrir qué peligro acecha a la vuelta de la esquina. Es como tener un antivirus escaneando sin parar, pero sin encontrar virus… solo usando recursos de la CPU sin parar. La ansiedad generalizada, además, puede hacer que sientas dolores musculares, que tengas problemas digestivos, que tu estado de ánimo esté dando saltos en una cama elástica, dando volteretas en el aire cada pocos segundos, cayendo justo después y vuelta a empezar en ciclos imparables. Si te pasas los días escaneando tu vida en busca de posibles amenazas, terminarás en un punto en el que todo te irrite y te hayas convertido en el hombre del saco, que no te apetezca follar, que te sientas culpable por todo y que creas que hayas fracasado y que todo te sale mal. Objetivamente no es cierto, pero es de lo que estás convencido.

La anticipación: el deporte favorito de la ansiedad

La anticipación es una parte natural de cómo funciona nuestro cerebro: prever lo que puede pasar es fundamental para prepararnos y sobrevivir. Como se dice ahora, el ser humano está programado para que eso sea así. El problema es cuando esa rutina natural y necesaria, pero puntual, de intentar predecir las amenazas para esquivarlas se te va de las manos y pasa a ser el mecanismo que domina tu forma de procesar la información y entender toda tu vida. La ansiedad generalizada convierte esa herramienta útil para la supervivencia en una tortura. Empiezas a imaginar escenarios absurdos, catástrofes sin pies ni cabeza, y lo peor es que no puedes dejar de hacerlo. Y claro, no puedes parar, descansar e intentar relajarte porque si tu cerebro cree que viene un monstruo a devorarte, no te pones a ver First Dates. Estarás en alerta y no disfrutarás de nada. Ese monstruo no existe. Pero tu cerebro sí. Y es un cabrón.

Albert Ellis ya decía que una buena parte de las experiencias de tristeza, desolación y desesperanza se deben a creencias irracionales, como predijo Aaron Beck. Se trata de pensamientos catastróficos que no se sostienen, pero que nos creemos como si fueran hechos incontrovertibles. Por ejemplo: Si fallo en esto, todos se darán cuenta de que soy un fraude y dejarán de quererme. Pues no, chiqui, probablemente nadie se entere o si se enteran, les dará igual. O no, es posible que te desprecien para toda la vida. Y si eso pasa, que no creo, no te vas a morir, porque muy probablemente conozcas a más gente. Pero aunque te quedaras solo para el resto de tu vida, sobrevivirás y podrás ser razonablemente feliz. Pero el daño ya está hecho porque tú ya te crees que tu vida futura puede ser un valle de lágrimas. Y como te lo crees, lo pasas fenomenal.

¿Cómo sabemos si tenemos ansiedad generalizada?

Según el DSM (el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría que establece criterios estandarizados para los trastornos mentales), la ansiedad generalizada se certifica cuando ese estado de preocupación dura mínimo 6 meses. Pero más allá del manual y de lo cuestionables que son los criterios de diagnóstico, el problema crece cuando esta forma de vivir se convierte en tu normalidad y afecta a todos los ámbitos de la vida. A veces es difícil saber que te está pasando. Hasta que alguien te lo dice. O lo lees por ahí. O simplemente te das cuenta de que llevas meses (o años) con esa sensación constante de amenaza, de cansancio, de no poder más. Lo importante de la ansiedad generalizada es que es un estado que se ha prolongado en el tiempo y que te está causando un malestar injustificado pero de gran impacto en tu bienestar.

Y si decides pedir ayuda porque has tenido la suerte de darte cuenta (y los recursos económicos para pagarte una consulta), es posible que te cueste hasta explicarlo. Porque parece que no tienes “nada grave”. Pero tú sabes que algo no va bien y te está afectando a lo bestia. Tienes esa intuición difusa de que igual no estás siendo razonable y que estás exagerando o simplemente que tienes que hacer algo porque eres incapaz de mantener tus pensamientos recurrentes bajo control. Si te pasa eso, no estás solo o sola. Nos pasa a cualquiera. Precisamente porque para empezar es difícil darse cuenta de lo que está pasando, te conviene hablar con un psicólogo. O incluso con tu médico de cabecera.

¿Se puede hacer algo?

Pues sí. Para empezar, darte cuenta de que estás así de jodido ya es un paso de la hostia. Si te ves siempre alerta, con pensamientos catastrofistas, cansada sin motivo y sin disfrutar de nada, igual es hora de hablar con un profesional. No todo el mundo que sufre ansiedad generalizada sabe que la tiene y, de hecho, es muy difícil llegar a esa conclusión porque estás más ocupado pensando en dónde quieres que esparzan tus cenizas. Y no, no es que seas solo un dramático. Y sí, sí puedes mejorar.

Para saber si sería conveniente pedir ayuda, puedes preguntarte lo siguiente:

  • ¿Estoy todo el día preocupado?
  • ¿Tengo sensación constante de amenaza?
  • ¿Estoy agotado aunque no haya hecho nada físico?
  • ¿Tengo miedo pero no sé a qué?
  • ¿Me cuesta dormir o concentrarme?
  • ¿Las cosas normales me parecen imposibles?
  • ¿Siento que debería estar bien pero no lo estoy o que debería ser feliz pero eso es algo que les pasa a otros?
  • ¿Reacciono de forma intensa a las cosas pequeñas?
  • ¿Tomo decisiones con dificultad porque siempre dudo?

No es un test científico. No soy la OMS. Pero si varias te suenan, igual necesitas ayuda. Si respondes que sí a varias, quizá no es ansiedad y es otra cosa y te conviene igualmente que te miren a ver. Y no pasa nada, de verdad. Ir al psicólogo no es un fracaso. Es como ir al fisio si tienes la espalda hecha polvo. O igual no te pasa nada y estás pasando una mala racha. Deja que te lo diga el psicólogo. Mejor asegúrate. Recuerda: si hace tiempo que te sientes así, si te ha pasado desde hace meses o años, puede que la respuesta a lo tuyo tenga nombre y apellidos y se pueda tratar.

Para terminar

Si has llegado hasta aquí habrás entendido que tener ansiedad generalizada es una jodienda. Si lo combinas con otras configuraciones, como el TDAH, que sepas que te ha tocado el gordo. Por no hablar de que muchas veces, la ansiedad no se va al guateque ella sola: se trae a los episodios depresivos, a tres o cuatro problemas de autoestima y a su prima, la dificultad para mantener relaciones sociales estables. Eso tirando por lo bajo. Y sí, podemos tener cierta predisposición genética a desarrollar estas mierdas. Pero eso no quiere decir que estemos condenados y que no se pueda salir de ahí. Reducir las causas de la depresión o la ansiedad a mecanismos exclusivamente biológicos es un camino muy peligroso, que lo sepáis.

Una última cosa: dejemos de frivolizar con la ansiedad. Sé que puede interpretarse que yo lo he hecho y que me estoy burlando. Ni de coña. La banalización de la salud mental no es solo echarnos unas risas por lo absurdo de mis infestaciones parasitarias imaginarias. Banalizar es andar por ahí diagnosticando ansiedad a tus amigas cuando has leído dos o tres post de Instagram. No todo es ansiedad, ni los cambios de humor son trastornos bipolares, ni ser un imbécil es lo mismo que tener un trastorno narcisista, ni eres psicoterapeuta aunque te lo creas. No todo el mundo tiene ansiedad. Y repito: la ansiedad y el estrés no es lo mismo. Cuanto más usemos esa palabra para cosas que no lo son, más la vaciaremos de significado. Y a quien de verdad la sufre, se le deja de escuchar. Le restaremos importancia a esta situación. Es como decir “no exageres” o “tener ansiedad está de moda, como la depresión”. Eso jode y empeora muchísimo las cosas.

Así que sí, me río de mí mismo y de mis ladillas radioactivas. Pero también quiero que sepas que esto es serio. Que no estás solo. Y que si lo estás pasando mal, pidas ayuda. Es un acto de valentía, no de debilidad.


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