Sihaya me ha enviado el enlace a un artículo de EL MUNDO de hoy en el que hablan de la lengua de la tribu Pirahã, en el Amazonas, en la ribera del río Maici. Según Daniel Everett, a la sazón profesor de fonética y fonología de la Universidad de Manchester y que ha vivido 25 años con esta tribu, mientras misionaba por esos mundos, tan llenos de infieles. Sí, era misionero y fonólogo. Tócate la nariz. Bueno, pues este hombre dice que la lengua de esta tribu:
- No tiene palabras para los colores.
- Tampoco conoce los números ni ningún cuantificador, como todos, muchos, etc.
- Desconocen los pronombres.
- Los tiempos verbales se los pasan por el forro.
- Las subordinadas les dan risa.
- Tienen únicamente ocho consonantes.
Hasta aquí todo claro. Según el mismo autor, intentó enseñarles a contar hasta diez en portugués y no lo consiguió. No pueden aprender a sumar y no recuerdan los nombres de sus abuelos. Conclusión, según el Sr. Everett: no tienen conciencia histórica. No soy yo el que ponga en duda a tan insigne profesor, pero si no tienen pretéritos ni futuros no quiere decir que no tengan conciencia del tiempo, porque, por la misma regla de tres, si no tienen colores no quiere decir que todos sean daltónicos y, ya puestos, los ingleses no distinguen entre hombres y mujeres, ya que no distinguen tampoco el género gramatical. No, hombre, no. Si hay alguien que no esté de acuerdo conmigo estoy dispuesto a discutir lo que haga falta, pero me parece de cajón que si una lengua no dispone de ciertos recursos expresivos no quiere decir que los hablantes de esa lengua no comprendan el concepto expresado mediante esos mismos recursos. Que los alemanes tengan un plural sin distinción de género no significa, obviamente, que cuando ven a dos personas ya no sepan decir si el de la derecha es una mujer o un hombre, pongamos. O que los españoles creamos por esa mística de la lengua castellana que las lámparas son entes con coño y los ordenadores tienen dos cataplines, dado que la palabra “lámpara” es de género femenino y “ordenador”, masculino, y me pongo soez del todo.
Está claro que la lengua que habla cada cual condiciona del todo la manera de ver el mundo –de hecho podríamos decir que los alemanes son buenos ingenieros justamente porque pueden construir una palabra que signifique “capacidad de insertar una tuerca en la rueda trasera de un coche que funciona con diésel”, Dieselautohinter- reifenschraubeneinzugsfähigkeit, pongamos [me lo acabo de inventar, pero es una palabra válida]–, pero de ahí a decir que lo que no tiene manifestación en la estructura superficial no exista en la profunda, va un trecho. También dice que los Pirahã son incapaces de crear, abstraer, generar otras ideas más allá de la experiencia porque no disponen de subordinadas, lo que quiere decir que los castellanoparlantes somos peores padres que los rusos, que disponen de varias palabras para designar los diferentes tipos de llanto de los bebés. También dice que no saben lo que es dios –con minúscula– ni pueden concebirlo, qué suerte tienen.
Afortunadamente, en el artículo dicen que algunos lingüistas han puesto el grito en el cielo, con razón, pienso yo:
Quienes han comenzado a cuestionar el trabajo de Everett, en especial tras la publicación de un artículo en la revista ‘New Yorker’, son otros lingüistas, sobre todo los discípulos de Chomsky del Massachussets Institute of Technology, que le acusan de elaborar no una teoría sino una hipótesis que definen como «científicamente frágil», además de publicar datos y conclusiones que discrepan con las de otros investigadores.
Habrá que leerse el estudio completo, pero de un lingüista misionero, no me fío.
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PD: ¡Post número 200!
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