Expediente X al canto.
Recibo un mensaje en el teléfono móvil:
Generalitat Valenciana. SERVEF. Selección oferta trabajo llame GRATIS 900100785. Indique REF. xxxxx. Técnico en educación infantil.
Me extraña bastante porque no he estudiado magisterio, pero bueno. Llamo, me piden el DNI, como si me estuvieran perdonando la vida, claro está, y me dicen que la oferta es para dar clases, atención, de inglés a niños de uno a tres años en un centro especializado en enseñanza bilingüe en Rocafort –donde viven todos los pijos de Valencia–. Le comunico a la impertinente que me atiende que ni soy licenciado en filología inglesa, ni soy maestro, ni pedagogo y me dice que acuda a la mayor brevedad a las oficinas del SERVEF porque no rellené adecuadamente la solicitud de demanda de empleo.
Me pongo a pensar. A ver, ¿qué escribí en la demanda de empleo? No vaya a ser que pusiera que soy el rey del mambo y parte del extranjero y haya metido la pata. Busco la documentación y me acuerdo que aquel día –a las ocho y media de la mañana me citaron, no había llegado nadie excepto la recepcionista– me tomaron todos los datos, pero como el ordenador no funcionaba, el que me atendió rellenó los formularios a mano. Me parece estupendo, pero, ¿por qué tengo que perder una mañana de mi valiosísimo tiempo, sí, sí, valiosísimo, para ir y subsanar un error que yo no cometí?
No es la primera vez, ni la segunda. Una vez me llamaron a filas con unos apellidos que no eran los míos, otra vez me habían puesto mal el apellido en el censo electoral, otra vez desapareció mi matrícula de la facultad, otra vez, en el juzgado, se equivocaron con el asunto del golpe que me dio el energúmeno en plena calle. Como siempre, el que tiene que solucionar el asunto es el afectado. Yo no digo que no haya funcionarios competentes, que me consta que los hay, y no digo que no se pueda permitir un error a cualquier trabajador, no. Pero si la Administración, con mayúscula, comete un error, es la Administración, con mayúscula, la que debe hacerse cargo de corregirlos, no el que es víctima del error, digo yo. Yo me pregunto qué pasaría si en vez de tratarse de una chorrada como ésta, se hubiera tratado de algo como el cobro de una pensión de viudedad, de una indemnización o del trámite de un expediente académico: habría sido algo bastante más serio y de lo que uno no sale airoso con tanta facilidad.
Lo de los funcionarios es una relación amor-odio. Yo estoy a favor de la gestión pública de los servicios básicos: justicia, sanidad, educación, seguridad, transporte, comunicación, etc., pero lo que también tengo claro y he dicho mil veces es que para ser profesor de universidad, médico o señora de la limpieza hay que ser buen profesional. Porque que me expliquen a mí cómo una persona se ha especializado en historia antigua llega a ser un buen docente, cómo una persona que se ha pasado diez años preparándose para ser juez puede ser una persona honrada automáticamente y cómo una persona que tiene el graduado escolar puede enfrentarse a la gestión de un centro de salud. Y no digo que no pueda ser así, pero las condiciones en las que el Estado, con mayúscula, contrata a sus empleados no son las más adecuadas, ya que para mí unas oposiciones no garantizan en ningún caso que la persona seleccionada vaya a realizar su tarea correctamente. Lo que indica, exclusivamente, es que una persona ha respondido con una proporción equis de aciertos a unas preguntas sobre tal o cual área del conocimiento, ni más ni menos. Por supuesto, al margen de que haya un período de pruebas para ciertos funcionarios de seis meses –la verdad, no sé si para todos es así– no existe ningún mecanismo de control de esas tareas. Ejemplos, conozco unos cuantos, desde un profesor que no asiste a sus clases –aquí paz y allá gloria, perjudicados, como siempre, los estudiantes– hasta una administrativa de un centro de salud que no sabe manejar el ordenador para dar cita a un paciente, pasando por una persona que se toma una semana de vacaciones porque su hermana ha muerto, como si fuera una princesa. Vamos, que muchas veces estamos en manos de quien no quiero acordarme, que me pongo verde.
Y quien no haya tenido un incidente con la Administración, con mayúscula, miente como un bellaco.
Deja una respuesta