Una persona me pidió que fuera a echarle un ojo a la conexión de internet de su casa, que puedo constatar que no fufa ni a la de tres. Han cambiado el rúter de Telefónica en una ocasión y en otra tuvieron que enviarlo a Madrid para que fuera revisado. Recibieron el aparato con un módulo que tenía que meterse dentro –del rúter– y, después, configurar el ordenador para que pudiera recibir la señal. Vale. Pues nada, que “Page not found”. Si me pasara eso a mí, me entrarían los sudores de la muerte. Miro y remiro y caigo en la cuenta de que el nombre de la nueva red no coincide con el que recibe el ordenador, ergo la contraseña, tampoco. Y me pregunto si tan difícil es comprobar que los nuevos datos coinciden con el módulo que se envía en el mismo paquete. Es cuestión de eficiencia y profesionalidad, me da igual que sea el ingeniero o el que pone los sellos. Ese tipo de tonterías son las que me sacan de quicio.
Llamo a Telefónica y empiezo mal. Cuando me confirman que el rúter recibe la señal sin más incidencias y me dicen que tengo que cambiar de canal el rúter –la chica no me ha visto la cara de pasmo, cambiar de canal el rúter, señor, me han entrado las cagaleras de la muerte–, bueno, cuando me lo ha dicho, yo va y suelto a la primera que no tengo ni idea de cómo se hace y que el ordenador es un Mac. Error y de los gordos. Porque a partir de ese momento no es que la telefonista me haya echado una maldición, pero sí que me ha mirado con mala cara –no la he visto, pero lo sé– y ha empezado con la excusa de siempre, que si nosotros no somos muy de Mac, que si vuelva a llamar cuando tenga un pecé, que no me puede informar a pesar de que yo le rogara de rodillas que me explicara el procedimiento en Windows, que yo ya miraría. No ha habido manera.
El problema es el siguiente. La red inalámbrica tiene un nombre asociado a una contraseña. Los datos que nos habían facilitado no coincidían, por lo tanto, no podía meter la contraseña. Se trataba de cambiar de canal según Telefónica y eso sólo se conseguía con el ordenador conectado mediante cable al rúter y con sistema operativo Windows. Total, que yo, con dos cojones y parte del extranjero –je, je, qué mal suena– desenchufo el ordenador y lo bajo al cajetín del teléfono. Lo conecto y ¡voilà!, funciona a la perfección. Entro en Google: “cambiar canal wifi imac”, “wifi channel imac”, “imac zyxel troubleshooting”, “telefonica cabrones”. Después de un buen rato leyendo textos de wifises, deneeses, ieseesehaches, pingues, pongues y palabros varios, me entero de tres cosas imprescindibles:
- Los rúteres, efectivamente, tienen canales. Si uno no furrula, lo resintonizas y pruebas a ver qué tal.
- A los rúteres se puede acceder desde el navegador del ordenador, poniendo en vez de la dirección de una web una secuencia de números.
- La informática no es una ciencia exacta.
En los foros me entero de la secuencia de mi rúter y, ¡oh, sorpresa!, entra y me pide un nombre de usuario y una clave. Pruebo hasta con todos los nombres de las redes que tenemos, el dni del titular, su nombre, “telefónica”, el número de serie del rúter, nosecuántas secuencias de números que hay en la pegatina de la parte de abajo del aparatín, los siete pecados capitales y los nombres de los patriarcas de la iglesia, a ver. No success. Así que, con un par de cojones –los mismos de antes–, llamo otra vez a Telefónica y en cuanto descuelgan:
“El número de teléfono es XXX”, y ahora, cogiendo aire y carrerilla, “he tecleado el número XXX en el navegador porque voy a cambiar el número LAN de la señal del rúter Zyxel modelo tal tal tal, número de serie tal tal tal, quiero cambiar los parámetros de la clave hexadecimal chirripitifláutica y la NASA me ha confirmado que la conexión C3PO y el búfer del R2D2 funciona correctamente, después de introducir el NUMBERCODE del HX3-THC, el RDSI de la cuenta de megadatos y no puedo entrar, ¿me podría indicar cómo seguir?, ¿eh?, ¿eh?, ¿eh?”
Y me suelta, con toda la sangre fría:
“Nombre de usuario uno dos tres cuatro, contraseña uno dos tres cuatro”.
Como os lo estoy contando. Después de digerir el shock producido por la sobredosis de inteligencia y creatividad de Telefónica, a puntito he estado de asesinar a la telefonista vía subbúfer por haber perdido hora y media de mi tiempo cuando en la llamada anterior podía haber solucionado el problema. La chica que me ha atendido la segunda vez que me he puesto en contacto con ellos no sé si ha pensado que estaba con un estudiante de cuarto de informática o qué, la cuestión es que me ha atendido con toda la amabilidad de este mundo, como si pensara que estaban poniéndola a prueba los de la propia empresa. Después de teclear el código, que como he dicho antes, es de una complejidad que ni las comunicaciones del Pentágono, todo ha sido un coser, cantar y no parar. Porque ¿quién no siente alivio al solucionar algún problema por teléfono con una gran empresa?
De esta anésssdota saco las siguiente conclusión: cuando llames a un servicio técnico, emplea cuantas más palabras del argot, mejor, así parecerá que sabes mucho y te atenderán como toca y ni se te ocurra mentar que tienes un Mac, que tu grupo sanguíneo es B+, que tienes la doble nacionalidad Hispanonepalí o que disfrutas con Locomía, porque entonces te marginarán, te humillarán y te dejarán con la palabra en la boca, el problema, sin solucionar y, encima, con un palmo de narices.
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