No ha prosperado. Segismundear no ha tenido fortuna. Y, sin embargo, ¡qué cargado de espiritualidad está ese vocablo! Segismundear es soñar. Soñar un gran personaje que por su cargo, por sus obligaciones, por sus responsabilidades, no debe soñar. No puede entregarse a los poéticos desvaríos del ensueño, y, sin embargo, sueña. Su espíritu libre es más fuerte que las imposiciones de la realidad secular. Segismundea Luis de Baviera, el constructor de tantos castillos agrestes, el amigo de Wagner. Segismundea Isabel, la esposa de Francisco José, tan fina, tan sensitiva, que levanta frente al mar, en un jardín, allá en una isla, una estatua a Heine. Todo gran personaje que segismundea nos es simpático. El espíritu, en el segismundeo, triunfa de la materia. Con el segismundeo, el rey Luis y la emperatriz Isabel descienden para ascender. Descienden de la pompa vana del trono para ascender a las regiones de la pura y etérea poesía.
AZORÍN: Pensando en España (1940)
¿Y tú? ¿También segismundeas?
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