Estos días estoy viendo los últimos episodios de A dos metros bajo tierra, todos alquilados legalmente en el Telegarci, que aquí no se baja nada con la mula, piratas, que sois todos unos piratas. Va a ser la primera serie de la que pueda decir “he visto todos los capítulos, absolutamente todos”. No es que sea una heroicidad, pero teniendo en cuenta mi carácter, sí es algo notable y hasta sobresaliente. En general he oído y leído buenas críticas de esta serie y, quitando que se está volviendo un poco culebrón y abundan los diálogos profundísimos llenos de metáforas sobre el sentido de la vida, el matrimonio y el arte contemporáneo, es de las que más me han gustado. Me da la impresión de que cualquier serie de más de veinte capítulos se vuelve automáticamente un marujeo de tomo y lomo. Me explico: lo original deja de serlo al cabo de veinte entregas, obviamente, y no parece que los argumentos den para nuevas originalidades, ni en esta, ni en otras. En esta serie, el episodio piloto contiene anuncios de productos de funerarias –glossy para los cadáveres, limpiasangres sin amoníaco y cosas por el estilo–, esperpénticos del todo, bastante divertidos, por cierto y que desaparecen a lo largo de la serie.
El carácter de la madre de la familia protagonista, por ejemplo, una mujer que siempre ha creído en los valores de la familia tradicional, casada porque se había quedado embarazada y que, de pronto, se queda viuda, con tres hijos criados y a los que ya no puede cuidar, pasa de ser un bicho raro divertido a una vulgar atormentada. Aún así, este personaje es todo lo contrario a lo que suelo ver en las series americanas, a. s., mucha peluquería, mucha rubia, dientes anormalmente blancos, muchas tetas y pocas arrugas. Ya por eso me llama la atención. Todos los capítulos comienzan con una escena en la que alguien muere. Durante las primeras temporadas, esa muerte tenía cierta importancia en la acción de cada episodio, pero con el tiempo ha dejado de tenerla. Otra cagada, para mi gusto. Siguen apareciendo las muertes, pero son una excusa para seguir con el mismo esquema, vamos, que pierde chicha. Además, la serie presenta ahora unas tramas bastante menos originales que las del principio, explotadas algunas paralelamente –en algunos momentos hay dos o más personajes a los que les pasa exactamente lo mismo– y con una serie de conflictos bastante habituales en otros culebrones: amoríos, divorcios y muertes varias.
Es importante que los episodios de esta serie no son capítulos independientes, existe una continuidad en la trama, diferente a la de House, por ejemplo –que, por mucho que me quieran vender, la continuidad no se la veo por ninguna parte, si no es la dependencia del protagonista a los analgésicos y su cojera–, e. d., que en A dos metros bajo tierra uno tiene que haber visto los treinta primeros episodios para entender el número 31, lo que la diferencia del resto de series que hay ahora, que son muchas.
Y ya que estamos. ¿No os habéis fijado en la cantidad de series que hacen ahora en la televisión? Hospital Central, House, Anatomía de Grey, Prison Break, The Closer y un montón más. Yo no recuerdo una época en la que estuvieran emitiendo tantas series, quitando, quizá, cuando empezaron los culebrones. Ahora han desaparecido los concursos, por ejemplo, o los realitys tipo peleas entre personas encarceladas –de hecho, he leído que últimamente han tenido que cancelar alguno antes de tiempo–, vale, algunos quedan, pero creo que menos que antes. Algún programa de debate hay –59 segundos, y el del las cien preguntas al presidente, que mira que están dando por saco–, ya no hay de esos programas de impacto en la que podías ver perfectamente a un cocodrilo que le arrancaba la cabeza a un tipo que estaba haciendo puenting o las tradicionales persecuciones por las autopistas de EE.UU., porque anda que no filman persecuciones por allí.
Ya no sé si soy poco original o qué pensando lo que voy a decir, pero siempre que una cadena tiene éxito con algo, las demás imitan esa programación hasta agotarla en dos o tres años. Entonces se produce un vacío, de pronto aparece otro gran éxito y vuelta a empezar. Que digo yo que me facilitarían el trabajo haciendo lo de siempre: canales monotemáticos. Por ejemplo:
- TVE: Informativos, reportajes y propaganda al gobierno.
- TELECINCO: Realitys de peleas, shows tipo “Crónicas marcianas”, con tratamiento truculento de los avatares del corazón.
- ANTENA3: Grandes éxitos de ayer y hoy, e. d., repetición descarada de series, películas tipo “No sin mi hija a la que raptó su padre y se la llevó a Kabul – Basada en hechos reales” con toques de humor ibérico.
- CUATRO: Series, series, series, series, series y más series.
- LA SEXTA: Programación y horarios aleatorios.
- AUTONÓMICAS: Propaganda de los respectivos gobiernos regionales.
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