Comprender por qué las lenguas cambian es fundamental para entender cómo los seres humanos nos comunicamos, evolucionamos culturalmente y nos adaptamos a las nuevas realidades sociales y tecnológicas. El estudio de la lingüística histórica no solo explica e ilustra nuestro pasado o los contactos entre diferentes civilizaciones, sino que también nos ayuda a entender cómo nuestro cerebro procesa, crea y modifica el lenguaje. Saber por qué cambian las lenguas nos permite apreciar la riqueza y diversidad cultural de las sociedades humanas y arroja luz sobre el funcionamiento interno de nuestra cognición y nuestra capacidad para innovar.
Las lenguas evolucionan porque son sistemas dinámicos. A diferencia de otros sistemas artificiales, las lenguas están vivas en tanto que son utilizadas por personas reales en contextos cambiantes. Además, siguen un ciclo parecido a la de los seres vivos: nacen, crecen, se reproducen y mueren. Los seres humanos modificamos el lenguaje para adaptarlo a nuestras necesidades y a las situaciones sociales a las que nos enfrentamos. Esta flexibilidad innata hace que las lenguas sean maleables y estén en constante transformación.
Cambios culturales y tecnológicos
Para responder a esta pregunta es fundamental comprender la relación entre la evolución del lenguaje y los cambios culturales. A medida que las sociedades se desarrollan, el vocabulario y las estructuras lingüísticas cambian para reflejar nuevos conocimientos y tecnologías. Este proceso es evidente en la cantidad de palabras que incorporamos de otros idiomas o creamos para designar nuevos conceptos. Las lenguas evolucionan porque deben adaptarse al avance de la civilización humana. Quitando la Iglesia Católica, que no es que esté muy adaptada a los tiempos que corren, ¿quién utilizaría el latín para comunicarse en la actualidad? Sí, ya sé que algún degenerado hay por ahí, pero tampoco hay muchos.
Un ejemplo: las lenguas que han sido «resucitadas», como el hebreo, pasaron por una fase de elaboración profunda de su vocabulario para poder designar realidades que no existían cuando dejó de hablarse. Por lo que tengo entendido, la muerte del hebreo se gestó durante el tiempo Imperio Neo-Babilónico en el siglo VI aC, cuando una gran parte de la población que hablaba esta lengua fue exiliada a Babilonia y se vio forzada a adoptar el arameo. Tras el regreso del exilio, ésta se convirtió en la lengua principal de muchas poblaciones judías, al mismo tiempo que el griego empezaba a destacar como lengua vehicular y de conocimiento. El hebreo se siguió utilizando en algunos contextos, especialmente religiosos, hasta que fue reemplazado por el arameo hacia el siglo III. Se estima que dejó de hablarse definitivamente unos cien años después.
A finales del siglo XIX, Eliezer Ben-Yehuda impulsó su renacimiento como lengua hablada y paralelamente a la explosión del sionismo en Palestina. Hubo que modernizar el léxico hebreo, incorporando neologismos y préstamos de idiomas europeos. En 1948 fue reconocida como lengua oficial del Estado de Israel, donde es la lengua más hablada hoy en día. Es una lengua que ha cambiado muchísimo respecto al hebreo del siglo tercero, por razones obvias, y aunque toma la base de ésta, los hablantes del hebreo moderno son incapaces de entender el hebreo bíblico. Vamos, lo mismo que nos pasa a nosotros cuando leemos el latín.
Psicología, biología y evolución
Pero es que además de estas razones históricas y culturales, no hay que olvidarse del aspecto «biológico» de la evolución lingüística. Pinker, por ejemplo, dice que los seres humanos tenemos un instinto innato para el lenguaje, pero que este instinto no es totalmente rígido, sino que cambia y se adapta al entorno, como otras especies animales. Según este autor, la capacidad de aprender y modificar una lengua está profundamente arraigada en nuestro cerebro. El hecho de que los niños aprendan lenguas de manera natural y sean capaces de innovar dentro de ellas demuestra la naturaleza adaptable de nuestro sistema cognitivo. Esta capacidad de modificar y moldear el lenguaje se traduce en su evolución constante.
Un aspecto menos obvio, pero igualmente importante, es el papel del azar, como en las mutaciones que se observan en los seres biológicos. Las lenguas no siempre cambian de manera ordenada o predecible. Hay veces en que son los factores aleatorios, como la simplificación de palabras o frases, una mala comprensión o una utilización errónea de algunos términos, o incluso las diferencias en la pronunciación, los que contribuyen a su evolución. Como la «cocreta», «ojalá» o «trabajar», de la palabra latina tripaliāre, que significaba «torturar». Con el tiempo, estas variaciones acumuladas se perpetúan porque resultan útiles o simplifican las enunciaciones y terminan transformando profundamente el sistema lingüístico.
Además, la diversidad de lenguas en el mundo y su evolución no es más que es el resultado de la adaptación de los grupos humanos a diferentes entornos y circunstancias sociales. Así como las especies animales se diversifican a lo largo del tiempo, las lenguas también lo hacen para ajustarse mejor a las necesidades de las comunidades que las hablan. Por ejemplo, cuando dos o más lenguas entran en contacto, se intercambian palabras y estructuras gramaticales que añaden matices o complementan los recursos presentes en la lengua que toma prestados estos elementos. Los hablantes adoptamos términos que les resultan útiles de otras lenguas y eso termina por enriquecer y transformar con el tiempo nuestra comunicación.
La evolución de las lenguas es un fenómeno natural que responde a factores culturales, psicológicos, biológicos y hasta cambios generados por el azar. El lenguaje no es un código fijo, sino un organismo vivo que refleja la capacidad humana de adaptación y cambio. Entender cómo y por qué las lenguas evolucionan nos ayuda a comprender mejor la naturaleza humana y su relación con la comunicación. La lengua que hablamos ahora no es la misma que hace 20 años. Hay palabras, expresiones y fenómenos gramaticales que son imparables, nos guste o no. Es totalmente inútil resistirse al cambio porque éste va a ocurrir, queramos o no.
Lo que sí es importante es recordar que la lengua hay que cuidarla para que siga siendo lo que es: un instrumento de comunicación e interacción entre los seres humanos que es imprescindible para el desarrollo cognitivo y social de todas nosotras. Todo lo demás, es inútil.