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  • Cómo los estereotipos corporales y sexuales afectan la autoestima

    Cómo los estereotipos corporales y sexuales afectan la autoestima

    En las últimas semanas hay algo a lo que no paro de darle vueltas: a los maricones, como al resto de la población, se nos ha impuesto un modelo de cuerpo y de comportamiento sexual que hace que tengamos unas expectativas muy poco realistas. No solo debemos tener unos pectorales de gimnasio, viajar, ser jóvenes y ganar muchísimo dinero, sino que también tenemos que follar más que nadie, tener unas orgías de la hostia y, además, tenemos que contárselo a todo el mundo para que se enteren de lo felices que somos follando a diestro y siniestro. No hay lugar para reírse mientras follas. Tienes que ir de orgía en orgía y si duras menos de 12 horas follando o no follas cinco veces por semana (las mismas que vas al gimnasio), no eres nadie. Dios nos libre de decir que hemos tenido un polvo de mierda, salvo en círculos reducidos. Tampoco es que no puedas estar gordo, sino que, si lo estás, tienes que serlo de una forma específica, a poder ser con mucho pelo, en cuyo caso, olvídate de follar si tienes pluma. Si no eres un twink, tienes que ser una especie que pueda verse en cualquier zoológico de provincias: una nutria, un oso o un camello africano. O sea, si no te puedes etiquetar, te vas a joder.  

    Más allá de este fenómeno de la pertenencia a los grupos y a las “tribus”, que es más o menos universal, las redes sociales y los medios tienen un papel fundamental en la construcción de estas percepciones sociales y determina la manera en que las personas percibimos nuestros cuerpos. No sólo eso, sino que también establecen patrones de comportamiento deseables, entre ellos, el sexual.  Esto no es nada nuevo y viene ocurriendo desde que los medios de comunicación entraron en nuestras vidas. Si no, que se lo digan a las mujeres. Ojo, que cuando hablo de “medios” o de “redes sociales” es porque me da pereza especificar más. Da igual que sea Instagram, Grindr, Telecinco o la última serie de Netflix.  

    En la comunidad gay, esta dictadura de lo deseable y de lo bueno es especialmente potente, ya que estamos expuestos a versiones idealizadas de lo que significa ser maricón ANNO 2024 que influyen profundamente en nuestra autoestima y nuestra autoimagen, en lo que nosotros queremos ser y lo que nos parece bueno y deseable. Entre estos significados hay uno muy potente que a mí me perturba muchísimo y que campa a sus anchas por Instagram: que seas maricón no es tanto problema. Lo que no está tan bien, en la mayoría de los casos, es que tengas pluma y se te note. Y si eres pobre, date por jodido. Porque el problema no lo tiene el maricón con pasta que sale en las listas de los 50 gais más poderosos de España, el regidor de de fiestas del ayuntamiento, ése que sale en todos los saraos y lleva 1500 euros en ropa todos los días y que es militante de un partido “progresista” (tos seca). Tampoco estás expuesto a que te llamen de todo si tienes dinero suficiente para esclavizar a una mujer pobre y comprarte un niño por gestación subrogada. El problema es que no tengas un duro para para todo eso, que no tengas trabajo o que vayas perdiendo aceite y el resto lo vea. Maricón, irrelevante y pobre, mal vas. Da igual que seas un maltratador, o que vayas drogado hasta arriba, o que te lances a una espiral de viajar sin parar para poder hacerte la foto en Noruega durante una aurora boreal.  

    Los medios de comunicación han sido históricamente un espacio donde se construyen y refuerzan estereotipos y las redes sociales son las herederas de esa labor de construcción. No hay más que ver los anuncios de Soberano de los ochenta, al primo de Zumosol o a las secretarias del Un, Dos, Tres. O todos nuestros feeds de Instagram. En el caso de los hombres gay, los medios suelen promover una imagen corporal que encaja en un ideal específico: un cuerpo esbelto, musculoso, joven y atractivo según los estándares convencionales de belleza masculina. Este ideal, inalcanzable para la mayoría, se ve representado en una variedad de plataformas, desde la televisión y el cine hasta las redes sociales, empezando por Instagram o Grindr. Pero si te das una vuelta por una aplicación de zorreo, lo que verás son cientos de tíos que se han hecho tres fotos en lugares estratégicos, como delante de la Torre Eiffel. Esa es un clásico. Otra en una playa, preferentemente Tailandia, y la última en un mercadillo de navidad alemán o, en su defecto, en la cumbre de una montaña. Eso depende de si eres de los que se cuida o quieres que piensen que eres un bon-vivant.  

    La asociación entre la imagen corporal ideal y el valor sexual es un tema recurrente en los medios dirigidos a la comunidad. Y de esto nosotros mismos somos los primeros culpables. Nuestras representaciones sugieren con demasiada frecuencia que solo aquellos que cumplen con ciertos estándares físicos (esbeltos, musculosos, y jóvenes) y conductuales (viajar, tener muchos amigos y comer de gourmet todos los fines de semana) son dignos de ser el objeto de deseo y éxito sexual y social. Esta narrativa puede llevar a que muchos sientan que su valor como individuos está directamente relacionado con su apariencia física, su desempeño sexual y su nivel de vida. Como resultado, algunos pueden sentirse presionados a participar en comportamientos sexuales que no necesariamente desean, simplemente para cumplir con las expectativas impuestas por estos ideales. 

    La obsesión con la apariencia y el rendimiento sexual también puede llevar a la hipersexualización dentro de la comunidad gay. La constante exposición a imágenes de cuerpos sexualizados refuerza la idea de que la actividad sexual es un componente central y definitorio de la identidad gay. Esto genera una presión muy poderosa para estar sexualmente activo que a su vez conduce a comportamientos de riesgo, como el sexo sin protección o el uso de sustancias para mejorar el rendimiento. Estas expectativas sobre la sexualidad pueden ser dañinas para quienes no se ajustan a los ideales de belleza promovidos por los medios. Los maricas que no cumplen con estos estándares sienten vergüenza y terminan con una autoestima de mierda que les hace muy difícil establecer relaciones saludables, sexuales o no. No ser lo suficientemente atractivo o deseable favorecen los comportamientos de evitación, como la renuncia a buscar pareja o a participar en la vida social de la comunidad. 

    El peligro de estas expectativas no solo radica, por tanto, en la presión para conformarse a un ideal físico, sino también en la limitación de la expresión sexual. La idealización de ciertos cuerpos y comportamientos sexuales crea un marco muy estrecho e inflexible de lo que se considera aceptable o deseable dentro de la comunidad gay. Aquellos que no se sienten representados por estas imágenes pueden sentirse excluidos o invisibles y se refuerza la idea de que solo existe una forma correcta de ser gay y sexualmente activo. 

    Los problemas gordos, como la ansiedad de rendimiento sexual, la disforia corporal o incluso la depresión, vienen después. La ansiedad de rendimiento sexual, en particular, se ve exacerbada por la expectativa de que debemos estar siempre dispuestos a tener sexo, rendir de manera excepcional y pasárnoslo bien. ¿A dónde lleva esto? A lo de siempre: ciclos de estrés y evitación, donde el miedo a no cumplir con las expectativas sexuales lleva a una mayor ansiedad y, en muchas ocasiones, a una disminución del deseo sexual o incluso a la disfunción eréctil. Sí, unas expectativas irreales harán que no se te levante.  

    Contrarrestar estas expectativas tan dañinas requiere un esfuerzo consciente tanto a nivel individual como comunitario. Es vital que los maricones nos demos cuenta de que la sexualidad es diversa y personal, y que no existe una forma única de ser sexualmente activo o atractivo. Desafiar las normas impuestas por los medios implica aceptar y valorar la propia identidad sexual y corporal tal como es, en lugar de intentar cumplir con un ideal inalcanzable. Además, es importante que empecemos a hablar sobre la sexualidad de otra manera y que dejemos de fijarnos en el aspecto y el cuerpo o en el rendimiento. Deberíamos darle una vueltecita para establecer discursos más saludables y equilibrados sobre la sexualidad. Deberíamos empezar a hablar de límites y de respetar estos límites. Deberíamos hablar de la aceptación de la diversidad corporal y de que las parejas abiertas están muy bien, pero igual nos estamos exigiendo demasiado.  

  • ¿Hay algo más perturbador que las gender reveal parties?

    ¿Hay algo más perturbador que las gender reveal parties?

    Desde el principio de internet me ocurre una cosa: cuando veo un vídeo que pasa el nivel crítico de vergüenza ajena, me quedo hipnotizado y no puedo dejar de verlo. Mis amigos saben de esto porque a veces no puedo dejar de bombardearles con estas mierdas. Paso por ciclos en los que no puedo dejar de ver vídeos de gender reveal parties. Me generan un asco, una vergüenza y una curiosidad que no puedo evitar mirarlos una y otra vez. ¿Hay algo que dé más sonrojo que la alegría que sienten porque sea una niña? ¿Qué me decís de ese entusiasmo obviamente forzado de los padres? Lloran, se abrazan, dan saltos de alegría. Como si que fuera una chica fuera un alivio, o al revés. Qué asco me dan.

    No solo refuerzan los estereotipos de género, sino que además crean una presión social innecesaria por mostrar entusiasmo y alegría ante un hecho que debería ser indiferente. Tienes una criatura y punto. Qué mas dará que tenga unos cromosomas u otros. La utilización de la noción tradicional de género binario y los colores específicos para cada género me dan ganas de vomitar. Esa gente parece que tiene unas ideas muy limitadas sobre lo que significa ser niño o niña y demuestran que esas familias tienen unas expectativas muy rígidas sobre el comportamiento y la educación de los niños y sobre la reacción que los padres tienen que tener ante esta información.

    Aquí os dejo una recopilación de fails en gender reveal parties. Un vídeo de una hora de vellón que a veces no puedo dejar de mirar.

  • La meritocracia de la felicidad

    La meritocracia de la felicidad

    Los estereotipos de género y los estándares de belleza no son las únicas ideas a las que nos exponen los medios de comunicación: el 75% de las veces que sale un enfermo mental en la televisión lo hace mostrando un comportamiento violento ​(Harper, 2005)​ y, además, estos personajes son diez veces más proclives a actuar al margen de la ley ​(Diefenbach and West, 2007)​. O sea, que además de los roles sexistas y unos estereotipos de belleza que priman la delgadez frente a la salud, también nos están haciendo creer (o nos estamos dejando convencer) de que las personas con problemas de salud mental son peligrosas y pueden ser criminales.

    Este sesgo tiene dos consecuencias: la primera es que no queremos tener a nuestro alrededor a personas que sabemos que tienen un diagnóstico , p. ej., de esquizofrenia, aunque la evidencia apunte a que, si está tratada, se producen menos casos de agresión a terceros. En todo caso, no tratada es responsable de de comportamientos violentos con un 30% más de frecuencia que con respecto a la población no diagnosticada y, en todo caso, las cifras no están claras ​(Li et al., 2020)​. Lo importante es que si conocemos a una persona con esquizofrenia es porque ésta ha recibido un diagnóstico, y si ha recibido un diagnóstico, probablemente tiene tratamiento. De ser así, la probabilidad de que sea violenta es igual o menor que cualquier otra persona. Pregunta: ¿no hay muchos pacientes que se dejan los tratamientos médicos? Sí, un 50%, pero hay otros factores que pueden influir en la tasa de adherencia al tratamiento, como el círculo de apoyo de los pacientes, el sistema de salud y, atención, sorpresa, la pasta: cuanto más pobre seas, más chungo lo tienes ​(Cañas et al., 2013)​.

    La segunda consecuencia es que las personas que tienen diagnósticos psiquiátricos y sus familias tienen que soportar un estigma: decirle a alguien que eres bipolar o que tu hija tiene anorexia es el nuevo salir del armario o es incluso más difícil. De ahí se deriva la cultura del «soy súper feliz», «¿has probado con la meditación?» y el «aquí, sufriendo» de Instagram. La infelicidad está mal vista, es obligatorio ser optimista, disfrutar en familia o con amigos y pasarlo siempre súper bien y quien no está siempre en un estado de satisfecha embriaguez con su vida es porque no quiere. Los amargados de toda la vida. Esto es otra manifestación del «si quieres, puedes», «no trabaja porque le gusta vivir de las ayudas» y demás tonterías basadas en la ley del esfuerzo y en el todos somos libres.

    Vamos, nada nuevo: ni la depresión se cura con yoga, ni hace falta ser bipolar para liarla parda, ni el cáncer se cura siendo optimista.


    Referencias

    1. Cañas, F., Alptekin, K., Azorin, J. M., Dubois, V., Emsley, R., García, A. G., Gorwood, P., Haddad, P. M., Naber, D., Olivares, J. M., Papageorgiou, G., and Roca, M. (2013). Improving Treatment Adherence in Your Patients with Schizophrenia. Clinical Drug Investigation, 97–107. https://doi.org/10.1007/s40261-012-0047-8
    2. Diefenbach, D. L., and West, M. D. (2007). Television and attitudes toward mental health issues: Cultivation analysis and the third-person effect. Journal of Community Psychology, 181–195. https://doi.org/10.1002/jcop.20142
    3. Harper, S. (2005). Media, Madness and Misrepresentation. European Journal of Communication, 460–483. https://doi.org/10.1177/0267323105058252
    4. Li, W., Yang, Y., Hong, L., An, F.-R., Ungvari, G. S., Ng, C. H., and Xiang, Y.-T. (2020). Prevalence of aggression in patients with schizophrenia: A systematic review and meta-analysis of observational studies. Asian Journal of Psychiatry, 101846. https://doi.org/10.1016/j.ajp.2019.101846
  • Prejuicios y estereotipos: su función social

    Prejuicios y estereotipos: su función social

    Los prejuicios sobre terceras personas tienen una razón cognitiva, e. d., que para no tener que estar analizando continuamente los hechos de la realidad, tendemos a simplificar algunos de estos procesos porque si no, no habría forma de sobrevivir. Si tuviéramos que procesar toda la información de lo que vemos, oímos y sentimos, nos llevaría tanto tiempo que tenemos que gestionar toda esa información con eficiencia. Una de las formas de hacerlo es descartar una gran parte de la información y procesar sólo aquello que es relevante para generar grandes bloques de información que pueden ser procesadas de forma rápida y eficiente. Los prejuicios, como dijo Allport, son los procesos de categorización que efectuamos para evaluar a un individuo (sobre todo si pertenece a la minoría) y saber con rapidez de qué forma comportarnos o qué se espera de nosotros.

    Los estereotipos son los modelos que utilizamos para categorizar a otros individuos y se basan en la misma premisa: para reducir la cantidad de información que procesamos, analizamos únicamente los aspectos que nos ayudan a categorizar a la persona y descartamos una gran parte de información que, en esa situación, no consideramos relevantes. De esa manera, simplificamos y sistematizamos el análisis de la realidad. Tajfel dijo que cuando una gran cantidad de gente genera los mismos procesos, nos encontramos ante un estereotipo: si un grupo grande realiza los mismos procesos de categorización respecto a terceros, nos encontramos ante un estereotipo.

    Cuando vemos a una persona gorda y creemos que come mucho, no se mueve y no se cuida en general, estamos realizando un proceso de generalización a partir de una idea aceptada socialmente: no tenemos ninguna evidencia que nos lleve a pensar que esa persona, en realidad, no para de comer por ansiedad y se queda tumbada en el sofá mirando el móvil sin moverse en todo el día. Igual sí. Igual no. No lo sabemos. Pero resulta mucho más sencillo asumir que su comportamiento es ése que pararnos a pensar cómo lleva su vida, si está sana o si le va a dar un ataque al corazón. Y aunque estar gorda te ponga en situación de riesgo, no vas a tener un infarto sólo por estar gorda. Pero quién soy yo, no soy médico.

    Reconocer que los estereotipos pueden tener una función psicológica no significa justificarlos ni creer que las acciones discriminatorias derivadas de los prejuicios deben permitirse.

    FIN.