En los últimos diez años no he estado haciendo otra cosa que enseñar a niños y niñas. Lengua, sociales e historia. Antes de eso, estuve dando clases a adultos. Todo eso ocurrió en la prehistoria de este blog y aún antes: no sé si quedan algunos post de aquella época por aquí, creo que se perdió todo en un traslado. Y lo que tengo guardado, o no hay forma de abrirlo, o sólo se puede postear a pedal.
Volviendo al tema de ser maestro: a las pequeñas criaturas les he estado enseñando cosas como el acusativo con preposiciones de movimiento (que es apasionante), lo que pasó en Hiroshima con la bomba o que ser mariquita no es nada del otro jueves porque es peor ser mala persona. Y a los mayorcitos también les he comido el tarro con cosas como que todo el mundo es diferente, el Plan Marshall, que el sexismo es una mierda, cuál es la diferencia entre estudiaba y estudié o los putos verbos separables en alemán. Ahora doy menos clases a peques y más a la muchachada con pelos en el flis. No es mejor ni peor. Es.
Me he dado cuenta de que no mola ser maestro, sino que es mucho mejor ser docente, instructor, enseñante, formador o educador. Todo, menos maestro. A ver, que soy maestro de escuela. Y a mucha honra. ¿Por qué no se puede decir maestro de escuela? ¿Que somos pobres como ratas? No lo somos. Tampoco es que estemos nadando en la abundancia. ¿Es una profesión indigna? Que no, coñe, que peor es ser directivo del Santander. ¿Que tenemos muchas vacaciones? Sí. Pero aguantamos a tus hijos varias horas al día. Te los envolvemos para regalo, si quieres. A este paso vamos a terminar diciendo tú estudia, que si no terminarás siendo maestro de escuela o niña, no mires, que es maestro.
Recuerdo que en una conversación con gente de aquí (léase, gente que vive en Hobbiton pero que nació en España), durante una sesión de cotilleo y olé, alguién soltó algo así como ¿pero qué va a hacer, si es maestro de escuela? Y se hizo el silencio. Y después va, y añade, bueno, mi padre era maestro en un colegio, que es como decir tengo un amigo que es negro y también es persona, ¿vale?
Durante el mes de agosto, la gente se ha puesto a especular sobre la vuelta al cole a raíz de la pandemia (qué manía tiene la gente en pensar en pandemias, oye), y tuíter ha explotado con mensajes sobre las condiciones del comienzo de curso: están los que usan la palabra maestros y los que hablan de docentes. Los primeros se cagan en nuestras muelas y lo único que quieren es que nos hagamos cargo de los enanos y los segundos somos nosotros, intentando que no nos apedreen por la calle por acomodados, aburguesados y vagos.
Pues, mira, me voy a poner la careta de Judith Butler y voy a reapropiarme del uso de la palabra maestro de escuela igual que se hace con la palabra marica.
Uy, qué casualidad.
Bueno, da igual. No soy docente. Soy maestro de escuela. He aquí mi acto de reivindicación política. Y lo digo porque me molesta que la gente se avergüence de enseñar a las niñas y a los niños. Hay cientos de perfiles por ahí de maestras y maestros que se declaran docentes. La docencia. Docere, doctum. Ser docente se va a convertir en el nuevo trabajo en la sanidad pública. No, maestro y no pasa nada. O eres celadora. ¿Es que no necesitamos celadoras y maestros? ¿Cobramos menos que las neurocirujanas y los profesores de universidad? Sí. ¿Y qué? Esa es otra discusión. No somos lo mismo que las profesoras de instituto o los profesores de universidad de la misma manera que las celadoras y las neurocirujanas no hacen lo mismo. Tampoco es lo mismo trabajar en una residencia de ancianos que vender seguros. Y probablemente sea mucho más necesario socialmente, y por supuesto más dur,o cuidar a abuelas con demencia que trabajar en Bankia, aunque seguramente cobres menos.
Como vi una vez por internet: enseñar en primaria es un superpoder. En nuestras manos está el futuro de las generaciones que nos van a limpiar el culo cuando no podamos nosotros, joder. Igual le estás enseñando a leer a un futuro juez, o a una viróloga de esas que crean vacunas, o a la enfermera que te va a intentar distraer mientras te pone la quimio, o al que va a limpiarte la casa para que tú tengas tiempo de dedicarte a otras cosas, o al futuro maestro que va a descubrir que tu hija es disléxica y le va a ayudar para que continúe sus estudios. Igual también estás enseñando biología al próximo descuartizador de Móstoles. No lo sabemos. Pero sin maestros de escuela no seríamos más que una panda de monos evitando que un tigre viniera y se nos zampara.
Soy maestro de escuela.
Yo soy la seño. And proud.
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